Si París bien vale una misa, el recuerdo de Guillermo –también conocido cariñosamente como Memito Bustón, Memalo, El Absurdo, Taurus, Barselmo, Gameboy, Enfermo (¿ah?) y tantos otros seudónimos– amerita un sitio de Internet para evocar sus peripecias. Sin Guillermo, probablemente la adolescencia no sería más que una época para el olvido por la explosión hormonal, los primeros cigarrillos y los últimos desamores.
Fue él quien le dio sentido a “ir al colegio”, desde sexto básico a segundo medio (sí, sólo hasta segundo, porque no se le ocurrió mejor broche de oro a nuestro Memo que repetir por travesura). Detrás de este hombre-condoro, de esta máquina de hacer cagadas e imán de desventuras (en otras palabras, un consumado “yeta”), se esconde un gran amigo, alguien en quien puedes confiar tu amistad, aunque nunca te llame y no asista más que contadas veces a tu cumpleaños.
Memo, en un momento, reunió todas las características del “niño problema” que anhelábamos ser: desenfadado, revoltoso, insolente, santo en casa y diablo en el colegio, seductor al peo. Los apoderados no querían que sus pupilos estrecharan lazos con él y los profesores, aunque se enfadaban y lo anotaban, por dentro estaban orinándose de la risa por lo que acababa de hacer o decir.
En medio del barullo de risotadas a su persona, sólo dos personas en ese curso no lo dejaron solo (bueno, también nos reíamos, pero más bajito). Esas personas, arrimaron sus bancos para que Guillermo pudiese deleitarlos con la manera estrambótica que tenía de mirar la vida: tergiversar obscenamente una circular, por ejemplo, traer fruta podrida de su casa para tirarla a la ventana de en frente de nuestra sala o mear en una bolsa de plástico para arrojársela a unos obreros. Qué tiempos aquellos.
Bien, que esto no se quede en nosotros dos. Esperamos colaboración, sobre todo de parte de los alumnos del abúlico “B”, a ver si hacen algo bueno en la vida además de estudiar y trabajar. Somos dos, pero la memoria nunca da como para archivar tantos y tantos y tantos momentos MEMOrables.
Estos son los archivos desclasificados de la mejor época de nuestras vidas. Éste es el homenaje a un gran hombre, un gran tipo, una perfecta bestia subnormal y un tierno engendro de las cavernas antropomórficas de la cuarta luna de Endor, que actuó en la obra de teatro “La remolienda” como Gilberto y le dejó un bonito recuerdo (un boquete en el techo) al inmueble del colegio.
Este blog es tuyo, hermano. Te lo debíamos.
Fue él quien le dio sentido a “ir al colegio”, desde sexto básico a segundo medio (sí, sólo hasta segundo, porque no se le ocurrió mejor broche de oro a nuestro Memo que repetir por travesura). Detrás de este hombre-condoro, de esta máquina de hacer cagadas e imán de desventuras (en otras palabras, un consumado “yeta”), se esconde un gran amigo, alguien en quien puedes confiar tu amistad, aunque nunca te llame y no asista más que contadas veces a tu cumpleaños.
Memo, en un momento, reunió todas las características del “niño problema” que anhelábamos ser: desenfadado, revoltoso, insolente, santo en casa y diablo en el colegio, seductor al peo. Los apoderados no querían que sus pupilos estrecharan lazos con él y los profesores, aunque se enfadaban y lo anotaban, por dentro estaban orinándose de la risa por lo que acababa de hacer o decir.
En medio del barullo de risotadas a su persona, sólo dos personas en ese curso no lo dejaron solo (bueno, también nos reíamos, pero más bajito). Esas personas, arrimaron sus bancos para que Guillermo pudiese deleitarlos con la manera estrambótica que tenía de mirar la vida: tergiversar obscenamente una circular, por ejemplo, traer fruta podrida de su casa para tirarla a la ventana de en frente de nuestra sala o mear en una bolsa de plástico para arrojársela a unos obreros. Qué tiempos aquellos.
Bien, que esto no se quede en nosotros dos. Esperamos colaboración, sobre todo de parte de los alumnos del abúlico “B”, a ver si hacen algo bueno en la vida además de estudiar y trabajar. Somos dos, pero la memoria nunca da como para archivar tantos y tantos y tantos momentos MEMOrables.
Estos son los archivos desclasificados de la mejor época de nuestras vidas. Éste es el homenaje a un gran hombre, un gran tipo, una perfecta bestia subnormal y un tierno engendro de las cavernas antropomórficas de la cuarta luna de Endor, que actuó en la obra de teatro “La remolienda” como Gilberto y le dejó un bonito recuerdo (un boquete en el techo) al inmueble del colegio.
Este blog es tuyo, hermano. Te lo debíamos.
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