En nuestro colegio, las clases de religión fluctuaban entre un improvisado partido de fútbol con una caja de jugo Watt’s, dentro del salón, hasta una guerra de naranjazos mientras la profesora se giraba al pizarrón para enumerar los milagros de Jesús. Tanto era el relajo en este bloque estudiantil, que pronto la asignatura fue rebautizada como “reli-creo” y “recreo-gión”, y nadie (ni la viejita que tenía un brazo más corto, ni el viejo cuico con el poto parado que siempre decía “oyeee, la historia de la iglesiaaa data del siglo XII”, ni el viejo loco que se parecía al mago Juan Tamariz, ni la “Sarcófago”, ni Pedro Picapiedra ni el amigable —tal vez demasiado “amigable”— Richard Nikel) pudo revertir la situación.
Este texto hablará de un siniestro descubrimiento reciente. Puede que Memito, nuestro anti-héroe, comulgue y confíe en los sacramentos, pero en el fondo su espíritu es el de un hereje. Varias anécdotas de nuestra tiernísima niñez lo confirman. Y es que no habíamos descubierto, hasta hoy que tenemos un criterio (de)formado, que en nuestro inmaculado salón de clases estaba, en carne, hueso y maligno espíritu, un hereje más hereje que Demian, de The Omen, más hereje que Regan, de El exorcista, más hereje que el mismo Anton Lavey (vamos, Memito le redactó la Biblia satánica a Lavey).
¿Cómo nos dimos cuenta? Basta analizar estas aparentemente inofensivas anécdotas, de nuestro personaje en clases de Religión, para dar cuenta que estamos delante de… ¡The Lord of the Flies! (y no solamente porque nunca se bañaba).
¿Qué sentiste al hacer esta dinámica?
Las clases de religión de varios profesores estaban basadas en las nunca bien ponderadas “dinámicas” (???), jueguitos en los que todos los compañeros nos poníamos en círculo a oír canciones y comentarlas o a hablar mal de todos. En el mejor de los casos, nos sacaban al patio.
Así fue con la profesora… ¿Teresa?, ¿Silvia?, ¿Carmen? No recordamos el nombre de la recordada “Sarcófago”, una pobre señora que tenía los hombros demasiado cerca de la cabeza, una mega-verruga a un costado de la nariz y que siempre andaba con las manos juntas (la “Sarcófago” también era característica por contar tragedias familiares, como que su nana se había caído en la ducha, y chiste malos, como el clásico fosforito negro-fosforito blanco).
Ella nos preparó una dinámica de unas tarjetas de cartón, que tenían unos dibujos de niños con una palabra debajo: “Amistad”, “Engaño”, “Solidaridad”, “Egoísmo”, etc. (Nota: esta dinámica, junto con la de “Ayudemos a Pablito” de la Nonna, fueron las más absurdas de toda nuestra vida escolar).
Pregunta: ¿Quién creen ustedes que no se interesó por la dinámica ni un momento y se desatendió de la clase para ir, con su compañero Hansen, a subirse a los árboles? Así es. Estos dos engendros, durante toda la hora, se dedicaron a trepar a los frágiles árboles que decoraban nuestro patio de tierra. En uno de esos momentos, Hansen vio a Guillermo en lo más alto de una copa y se le ocurrió amarrarle los cordones de los zapatos a una rama. El pobre Memo estuvo varios minutos tratando de zafar sus zapatos de las ramas.
Al acabar la clase y el intercambio de tarjetitas, vimos con curiosidad como la mole de nuestro compañero bajaba con dificultad de los árboles, con todos los zapatos con tierra y el chaleco con ramitas y hojas. En eso, la “Sarcófago” se acerca a Memo (creemos que con total premeditación) y le pregunta: “Guillermo, ¿qué sentiste al hacer esta dinámica?”.
¿Cómo nos dimos cuenta? Basta analizar estas aparentemente inofensivas anécdotas, de nuestro personaje en clases de Religión, para dar cuenta que estamos delante de… ¡The Lord of the Flies! (y no solamente porque nunca se bañaba).
¿Qué sentiste al hacer esta dinámica?
Las clases de religión de varios profesores estaban basadas en las nunca bien ponderadas “dinámicas” (???), jueguitos en los que todos los compañeros nos poníamos en círculo a oír canciones y comentarlas o a hablar mal de todos. En el mejor de los casos, nos sacaban al patio.
Así fue con la profesora… ¿Teresa?, ¿Silvia?, ¿Carmen? No recordamos el nombre de la recordada “Sarcófago”, una pobre señora que tenía los hombros demasiado cerca de la cabeza, una mega-verruga a un costado de la nariz y que siempre andaba con las manos juntas (la “Sarcófago” también era característica por contar tragedias familiares, como que su nana se había caído en la ducha, y chiste malos, como el clásico fosforito negro-fosforito blanco).
Ella nos preparó una dinámica de unas tarjetas de cartón, que tenían unos dibujos de niños con una palabra debajo: “Amistad”, “Engaño”, “Solidaridad”, “Egoísmo”, etc. (Nota: esta dinámica, junto con la de “Ayudemos a Pablito” de la Nonna, fueron las más absurdas de toda nuestra vida escolar).
Pregunta: ¿Quién creen ustedes que no se interesó por la dinámica ni un momento y se desatendió de la clase para ir, con su compañero Hansen, a subirse a los árboles? Así es. Estos dos engendros, durante toda la hora, se dedicaron a trepar a los frágiles árboles que decoraban nuestro patio de tierra. En uno de esos momentos, Hansen vio a Guillermo en lo más alto de una copa y se le ocurrió amarrarle los cordones de los zapatos a una rama. El pobre Memo estuvo varios minutos tratando de zafar sus zapatos de las ramas.
Al acabar la clase y el intercambio de tarjetitas, vimos con curiosidad como la mole de nuestro compañero bajaba con dificultad de los árboles, con todos los zapatos con tierra y el chaleco con ramitas y hojas. En eso, la “Sarcófago” se acerca a Memo (creemos que con total premeditación) y le pregunta: “Guillermo, ¿qué sentiste al hacer esta dinámica?”.
A todo esto, nosotros nos encontrábamos camino a los comedores del colegio, por lo tanto pudimos apreciar la escena con total exactitud. Guillermo se puso nervioso, le sudaron las manos, se acomodó el pelo, y respondió con lo único que se le vino a la cabeza: “Eeeeeeeh… no sé porque no la entendí muy bien”.
La respuesta provocó la hilaridad de sus compañeros y la consiguiente molestia. La coda de esta historia es que después, cuando ya estábamos en el recreo largo antes de tener clases con nuestro querido profesor Peter Maldonado (que por cierto, recibió una vez en la escalera un dormilón de Memo, ese condoro coming soon…), jugábamos una pichanga con una caja de jugo en las bancas y le preguntamos a Memo, imitando a la profesora: “Oye, Guillermo, ¿qué sentiste al hacer esta dinámica?”. Ahora, sin ningún nerviosismo, su respuesta, segura y certera y tan ”memesca”, fue:
“QUE ME LA SHUUUPABAN”
Una torre alta, fuerte y hermosa
Nunca como antes habíamos disfrutado una clase de reli-creo hasta la llegada de Richard Nikel, y no por la clase, sino por lo estrambótico del sujeto que teníamosdelante: alto, flaco, de ojos siempre vidriosos y una voz, ¿cómo decirlo?, como si siempre le estuvieran apretando elquetedije. El caso es un día que el profesor Nikel nos hizo traer una cartulina y formó grupos de trabajo. Nuestro grupo estaba groseramente integrado por 8 personas: Memo, Marshó, Pipe, Cristobalín, Lucho, Peto, Mono y Hansen. El profesor dio una instrucción del todo extravagante: “Con la cartulina tienen que hacer una torre… pero no cualquier torre… esta torre debe ser: ALTA… FUERTE… Y HERMOSA”.
Por supuesto, ante la ambigua instrucción, la primera reacción fue una risotada general, pero luego los ñoños se aplicaron para hacer, de la mejor manera posible, el trabajo manual-religioso, así que no quedó de otra. En nuestro grupo trabajaron sólo tres personas (en este orden jerárquico): Marshó (que, con su habilidad de siempre, agarró la cartulina roja y la convirtió no en una torre, sino en un castillo, mejor que el de Magic Kigdom); Pipe (que en las pequeñas ventanas dibujó la caricatura de todos los miembros del equipo) y Peto (que en la base de cartón donde estaba sostenido el castillo se dedicó a pintar consignas obscenas y a escribir los nombres de grupos de rock, como Metallica y AC/DC).
Mientras otros tenían una cartulina amarilla enrollada con un globo encima (al que le habían pintado una carita de gato), nosotros habíamos construido un reino… el reino de la herejía, pues inmediatamente después que el profesor Nikel nos evaluara (“Mmmm… no es una torre, es un castillo… ¡mal!”), el buen Memo tomó el trabajo, lo lanzó por los aires y, con la manota característica, le dio de puñetazos apurando la llegada del castillo al suelo. Así, hasta que el trabajo quedó inservible. ¿Lo hizo por rabia ante la calificación? No, por hereje nomás.
La condena final al infierno (Cordero de Dios)
Cualquiera podría sentirse ofendido con la siguiente anécdota. Es que, en verdad es muuuy fuerte. Un día, como en séptimo básico y a pito de nada, Guillermo inventó una coreografía basándose en “Cordero de Dios”, la clásica canción que tocan en la Iglesia cuando la gente se levanta a comulgar. ¿La recordáis? “Cordeeero de Diooos que quitas el pecaaado del mundooo… daaanos la paaz”. Bien, en medio del salón, Memito se ponía a danzar de la siguiente manera (traten de imaginárselo):
1. Con la estrofa “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”, nuestro anti-héroe aplaudía una vez y se pegaba con la mano izquierda en el cachete del poto izquierdo. Luego repetía la secuencia a la derecha.
2. Con el verso “Danos la paz”, Guillermo pasaba su dedo índice de izquierda a derecha con el brazo derecho y viceversa, en clara alusión a Tony Manero de Fiebre de sábado por la noche.
3. Finalmente, en “Ten piedad de nosotros”, el hereje levantaba las manos al cielo como evangélico, y luego las dirigía a sus gónadas, de una manera tan extraña que parecía como si se metiera las manos en un agujero que tuviera allí.
Padre, padre... perdónalo, porque no sabe lo que hace.
La respuesta provocó la hilaridad de sus compañeros y la consiguiente molestia. La coda de esta historia es que después, cuando ya estábamos en el recreo largo antes de tener clases con nuestro querido profesor Peter Maldonado (que por cierto, recibió una vez en la escalera un dormilón de Memo, ese condoro coming soon…), jugábamos una pichanga con una caja de jugo en las bancas y le preguntamos a Memo, imitando a la profesora: “Oye, Guillermo, ¿qué sentiste al hacer esta dinámica?”. Ahora, sin ningún nerviosismo, su respuesta, segura y certera y tan ”memesca”, fue:
“QUE ME LA SHUUUPABAN”
Una torre alta, fuerte y hermosa
Nunca como antes habíamos disfrutado una clase de reli-creo hasta la llegada de Richard Nikel, y no por la clase, sino por lo estrambótico del sujeto que teníamosdelante: alto, flaco, de ojos siempre vidriosos y una voz, ¿cómo decirlo?, como si siempre le estuvieran apretando elquetedije. El caso es un día que el profesor Nikel nos hizo traer una cartulina y formó grupos de trabajo. Nuestro grupo estaba groseramente integrado por 8 personas: Memo, Marshó, Pipe, Cristobalín, Lucho, Peto, Mono y Hansen. El profesor dio una instrucción del todo extravagante: “Con la cartulina tienen que hacer una torre… pero no cualquier torre… esta torre debe ser: ALTA… FUERTE… Y HERMOSA”.
Por supuesto, ante la ambigua instrucción, la primera reacción fue una risotada general, pero luego los ñoños se aplicaron para hacer, de la mejor manera posible, el trabajo manual-religioso, así que no quedó de otra. En nuestro grupo trabajaron sólo tres personas (en este orden jerárquico): Marshó (que, con su habilidad de siempre, agarró la cartulina roja y la convirtió no en una torre, sino en un castillo, mejor que el de Magic Kigdom); Pipe (que en las pequeñas ventanas dibujó la caricatura de todos los miembros del equipo) y Peto (que en la base de cartón donde estaba sostenido el castillo se dedicó a pintar consignas obscenas y a escribir los nombres de grupos de rock, como Metallica y AC/DC).
Mientras otros tenían una cartulina amarilla enrollada con un globo encima (al que le habían pintado una carita de gato), nosotros habíamos construido un reino… el reino de la herejía, pues inmediatamente después que el profesor Nikel nos evaluara (“Mmmm… no es una torre, es un castillo… ¡mal!”), el buen Memo tomó el trabajo, lo lanzó por los aires y, con la manota característica, le dio de puñetazos apurando la llegada del castillo al suelo. Así, hasta que el trabajo quedó inservible. ¿Lo hizo por rabia ante la calificación? No, por hereje nomás.
La condena final al infierno (Cordero de Dios)
Cualquiera podría sentirse ofendido con la siguiente anécdota. Es que, en verdad es muuuy fuerte. Un día, como en séptimo básico y a pito de nada, Guillermo inventó una coreografía basándose en “Cordero de Dios”, la clásica canción que tocan en la Iglesia cuando la gente se levanta a comulgar. ¿La recordáis? “Cordeeero de Diooos que quitas el pecaaado del mundooo… daaanos la paaz”. Bien, en medio del salón, Memito se ponía a danzar de la siguiente manera (traten de imaginárselo):
1. Con la estrofa “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”, nuestro anti-héroe aplaudía una vez y se pegaba con la mano izquierda en el cachete del poto izquierdo. Luego repetía la secuencia a la derecha.
2. Con el verso “Danos la paz”, Guillermo pasaba su dedo índice de izquierda a derecha con el brazo derecho y viceversa, en clara alusión a Tony Manero de Fiebre de sábado por la noche.
3. Finalmente, en “Ten piedad de nosotros”, el hereje levantaba las manos al cielo como evangélico, y luego las dirigía a sus gónadas, de una manera tan extraña que parecía como si se metiera las manos en un agujero que tuviera allí.
Padre, padre... perdónalo, porque no sabe lo que hace.