viernes, 29 de diciembre de 2006

INFIERNO EN LA TORRE D

Como no recordar esos inmemorables días de colegio, y no precisamente las clases, mas bien esos escasos minutos en que no había ningún adulto en el aula que pudiera controlar nuestra energía adolescente. Era en esos minutos, aunque también en las horas de clases, en que Memito y sus colaboradores y/o espectadores daban rienda suelta a cada uno de los juegos y travesuras que nos caracterizaban.

Las mañanas eran momento preciso para desbordar nuestra energía, cuando a eso de las 7:30 comenzaban a llegar poco a poco los integrantes del antes glorioso “B”. Recuerdo que los más ñoños y tradicionales nos quedábamos conversando dentro de la sala sobre los programas de la noche anterior o la prueba del día, los más taquillas dejaban solo sus mochilas sobre el banco saliendo de la sala a conversar con sus amigotes de cursos mayores o paralelos, integrantes del selecto grupo “abacanado” de la Scuola.

Fue así como una mañana de esas, algunos compañeros comenzamos a jugar a un apasionante juego: Fútbol de Salón. El juego trataba de embocar el balón en alguno de los espacios cuadrados que conformaban el panel de lockers de la sala, ubicado en el muro de fondo de esta. Los jugadores se disponían sobre el proscenio que antecedía al pizarrón, en el otro extremo de la sala. Era de esa forma en que vitoreábamos los goles que hacíamos, los cuales intentaba atajar nuestro flamante portero Memito, quien también recibida apremios por sus “tapadas”. Todo avanzaba bien, provocando los gritos de desaprobación de las mujeres quienes temían en ser golpeadas por el esférico, hasta que llego el momento fatal, el momento de nuestro Apolo Creed chileno, recordado en Rocky I y II como el Maestro del Desastre.

Minutos antes de la catástrofe una compañera de nosotros, llamada Daniela Pellacani o Dani Pelacables por su grupo de “abacanadas” amistades, había dejado la mochila sobre su banco antes de ir a charlar con su pandilla, dejó también un trabajo de artes plásticas que debíamos entregar ese mismo día. El trabajo era una torre de no más de 40 cm construidas con góticas letras “D” en greda. Tal como un imán atrae el metal, el balón fue atraído directamente a la gramatical escultura, pero no por casualidad, una fuerza extraña acompañaba a tal mortífero proyectil, más poderosa incluso que la Fuerza en Darth Vader, el poder impredecible del Condoro de Guillermo.

De esta forma en su primer y único intento de probar su destreza de chuteador de penales, dejando de lado su labor de portero, Memito termino con la vida de tan precioso objeto de arte, destruyéndolo en mil pedazos y llenando de pequeñas piedritas de greda el suelo, como quien vaciaría una caja de Chocapic. Nadie logro explicar el proceso físico de la colisión, ya que la torre de greda no fue destruida con solo el impacto, sino mas bien fue transportada pegada al balón para luego comprimirse contra el muro de la sala, obviamente provocando la risa de algunos y la preocupación de nuestro Guru del infortunio.

Las risas no terminaron ahí, acto seguido del impacto se oyó el timbre de ingreso a clases y con ello también los gritos de enojo e ira de nuestra popular artista. Memito fue obligado a reparar, o más bien reconstruir, la flamante torre D, la cual obviamente no recupero su hermosura, tanto por las consecuencias del impacto como por las habilidades manuales de Memito, las cuales dejaban mucho que desear. Las risas continuaron y continuaron torturándonos Memito con sus ridículas caras de concentración al pegar cada una de las piezas que formaban parte de su infortunada pero no infeliz historia.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

PRÓLOGO


Si París bien vale una misa, el recuerdo de Guillermo –también conocido cariñosamente como Memito Bustón, Memalo, El Absurdo, Taurus, Barselmo, Gameboy, Enfermo (¿ah?) y tantos otros seudónimos– amerita un sitio de Internet para evocar sus peripecias. Sin Guillermo, probablemente la adolescencia no sería más que una época para el olvido por la explosión hormonal, los primeros cigarrillos y los últimos desamores.
Fue él quien le dio sentido a “ir al colegio”, desde sexto básico a segundo medio (sí, sólo hasta segundo, porque no se le ocurrió mejor broche de oro a nuestro Memo que repetir por travesura). Detrás de este hombre-condoro, de esta máquina de hacer cagadas e imán de desventuras (en otras palabras, un consumado “yeta”), se esconde un gran amigo, alguien en quien puedes confiar tu amistad, aunque nunca te llame y no asista más que contadas veces a tu cumpleaños.
Memo, en un momento, reunió todas las características del “niño problema” que anhelábamos ser: desenfadado, revoltoso, insolente, santo en casa y diablo en el colegio, seductor al peo. Los apoderados no querían que sus pupilos estrecharan lazos con él y los profesores, aunque se enfadaban y lo anotaban, por dentro estaban orinándose de la risa por lo que acababa de hacer o decir.
En medio del barullo de risotadas a su persona, sólo dos personas en ese curso no lo dejaron solo (bueno, también nos reíamos, pero más bajito). Esas personas, arrimaron sus bancos para que Guillermo pudiese deleitarlos con la manera estrambótica que tenía de mirar la vida: tergiversar obscenamente una circular, por ejemplo, traer fruta podrida de su casa para tirarla a la ventana de en frente de nuestra sala o mear en una bolsa de plástico para arrojársela a unos obreros. Qué tiempos aquellos.
Bien, que esto no se quede en nosotros dos. Esperamos colaboración, sobre todo de parte de los alumnos del abúlico “B”, a ver si hacen algo bueno en la vida además de estudiar y trabajar. Somos dos, pero la memoria nunca da como para archivar tantos y tantos y tantos momentos MEMOrables.
Estos son los archivos desclasificados de la mejor época de nuestras vidas. Éste es el homenaje a un gran hombre, un gran tipo, una perfecta bestia subnormal y un tierno engendro de las cavernas antropomórficas de la cuarta luna de Endor, que actuó en la obra de teatro “La remolienda” como Gilberto y le dejó un bonito recuerdo (un boquete en el techo) al inmueble del colegio.
Este blog es tuyo, hermano. Te lo debíamos.