lunes, 26 de marzo de 2007

ODDONISMOS


VS.



Éstas son apenas tres historias de la maquiavélica pero solidaria relación que se forjó entre el profesor de Italiano e Storia Universale, Italo Oddone y… ése mismo, po. Maquiavélica, porque el profesor Oddone una vez que comenzó a lidiar con Guillermo, ya no pararía hasta bien entrada la enseñanza media. Solidaria, porque… eh… ¡porque cómo no va a ser solidario que un tipo regañe a nuestro más querido amigo para beneficio de nuestra risa!

EL BANCO

De una u otra manera, Guillermo siempre estaba fastidiando en clase. Ya fuera porque pegaba papelitos con saliva en el techo, jugaba uno y uno con su amigo Hansen o no tomaba apuntes. El caso es que en octavo básico (1995), un día al profesor Oddone se le colmó la paciencia. Después de haberle advertido largamente de que dejara de molestar, simplemente se acercó al banco de Guillermo, lo levantó, lo sacó por la puerta y lo instaló en el pasillo. Acto seguido, obligó a Memo (que para ese entonces había quedado sentado en medio de la nada) a tomar su silla y a salir a la intemperie.
-¿Pero cómo voy a tomar apuntes? –reclamó airado nuestro héroe.
-Es tu problema.
Así fue como lo que quedaba de clase, Guillermo tenía que levantarse del banco que estaba ubicado en medio del pasillo, entrar en la sala, mirar lo que había escrito el profe en la pizarra y volver a salir, para anotar en su cuaderno. Las burlas que le prodigaban Marcello, Pipe, Cristóbal, Hansen, Peto y Lucho cada vez que entraba eran respondidas por uno de sus dedos levantados. El que adivine cuál era se gana un premio.

EL STICK FIX

Todos, pero absolutamente todos en el salón jugamos alguna vez a hacer telarañas con el stick-fix. Simple: nos embadurnábamos el dedo pulgar e índica con la goma blanca, jugábamos con ella un rato como si se tratara de un moco y cuando comenzaba a hacerse hilachas, poníamos el stick fix de cabeza para hacerle telarañas en la parte negra que se giraba.
Se reitera: todos lo hacíamos. Pero, ¿a quién tenían que sorprender? Nuevamente, en una clase de Storia, ya más grandes (octavo básico o primero medio), Guillermo dedicaba por completo su atención a hacer telarañas mientras el profesor pormenorizaba la estructura de gobierno europeo en la Edad Media. Para comprender la gracia de esta historia, hay que tener en mente ambos planos: el profesor sentado hablando, girando la cabeza de un lado y otro (es decir, dándose cuenta de que Memo estaba haciendo telarañas) y Guillermo acometiendo la proeza del stick fix. Habla Oddone:
-Allora, ragazzi, i servi della gleba e i vasallagi non avevano privilegi, perchè nel Medioevo soltanto il Re era considerato uomo, perciò dovete tendre in conto che (y aquí su vista se centró en nuestro compañero)... GUILLERMO NON FARE CIEMEZZE!!!
¡Todo continuado!

SPORT, SPORT, SPORT

Durante una prueba de Italiano en primero medio, nuestro buen amigo Roberto Kettlum (el Peto), detuvo la redacción de su examen y miró al profesor Oddone. Llevaba una bufanda con una T.
-Profesore?
-Sí?
-Posso farli una domanda? (¿Puedo hacerle una pregunta?)
-Certo… (Claro)
-Perchè la sua sciarpa ha una T? (¿Por qué su bufanda tiene una T?)
-Perchè la persona che mi l’ha fatto mi diceva “Talo” (Porque la persona que me la hizo me decía “Talo”).
-Ahhh… entonces de chico a usted le daban mucha leche Calo… (en español original).
Eso dio pie para que de ahí en adelante nos fijáramos más en la vestimenta del profesor Oddone. Fue así como en una oportunidad, entró a la sala con un suéter azul con tres líneas horizontales blancas, que le llegaba más abajo del cinturón. En cada línea decía la palabra “Sport”. Entonces Guillermo, durante toda, pero toda la hora de clases, estuvo mirando el suéter desde la primera línea blanca hacia abajo y susurrando (la última línea hay que leerla con la entonación de Beavis, del clásico programa Beavis&Butthead de MTV):

SPORT…
SPORT…
SPORT…
¡BOINGGG!

Hay otras anécdotas memorables del profesor Oddone, como la de las salchichas San Jorge o cuando le echó al pasillo los zapatos a Lucho Barbieri. Quizás las repasemos en este mismo blog como bonus track en algún minuto.

viernes, 23 de marzo de 2007

CUANDO LAS PALMERAS SE QUEDARON SIN FRUTOS

(O el descoque en tres episodios)

Ni el Señor de los Membrillos, ni Star Wars, ni Los Muertos Vivos de George Romero se igualan a esta trilogía. El maestro Davico, en un momento de lucidez genial –sí, los tiene a ratos–, detectó una característica esencial de los juegos infantiles masculinos: por definición, tienden al contacto físico mediante la agresión. Y no sólo eso: ese contacto violento casi siempre se produce en determinada zona de la anatomía masculina que, al ser golpeada o presionada con demasiada fuerza, arrebata la voz y los colores de la cara.
En ese sentido, dejar sin día del padre a Guillermo fue una tarea ardua en nuestra adolescencia, y no sé si la llegamos a concretarla. En cuanto a esfuerzo, eso sí, no nos quedamos cortos. Bien, nuevamente pónganse cómodos en sus butacas e imaginen que leen esto con una sinfonía de John Williams… ¡por que esto, señores, es épico!

Episodio I: Una nueva esperanza para reírnos

Primero medio, año 1996. Desde hacía semanas teníamos la manía de voltearle el banco a Guillermo cuando volviera del recreo. Así, sin más, con catorce o quince años las cosas se hacen casi sin pensarlas. Sencillamente, le dábamos vuelta el banco y quedaba con las patas hacia arriba. Por lo general, cuando Memo llegaba, encontraba la escena y nos miraba con cara de “pobres pendejos”. Pero en esa oportunidad, algo ocurrió: nos quiso seguir la corriente y se sentó en medio del banco girado. Tomó dos de las patas y comenzó a jugar a la nave espacial, como el aquel capítulo clásico del Chavo del 8 del switch.
Por supuesto, todos estábamos en el suelo de la risa. Al ver esto –y comprobar que perdía protagonismo en el curso– su inseparable (ene)amigo Hansen se acercó y quién sabe cómo deslizó una manzana –sólo la deslizó, no la arrojó– desde lo alto. El fruto rodó por el pecho de Guillermo y fue a caer justo en sus compañeros. Memo sólo se asustó, pues no hubo dolor, y se reincorporó de inmediato. El caso es que a Hansen el episodio de la manzana le dio el pie para algo mayor: tomó otra vez la fruta y ahora sí, se la arrojó con toda intención hacia “aquella zona”. Memito, en un arranque de ahbilidad, la esquivó y con voz altanera le dijo: “Ah, ¿ves? No tienes tan buena puntería”. Pero no contaba que Mono Seisdedos había presenciado toda la escena. Abriendose paso entre los que contemplabamos el espectáculo, le lanzó con todas sus fuerzas un envase de liquid paper que, cómo no, dio en el blanco.
Mientras se sostenía con ambas manos la parte afectada, las piernas de Guillermo fueron dos pilares quebrándose en un terremoto. Se fue al suelo, estrepitosamente, quedando de rodillas, pero con la cabeza inclinada, de modo tal que toda la chasca se le vino hacia delante. En ese momento, algo sucedió: la sala misteriosamente –no sabemos cómo– quedó en silencio, y fue entonces cuando Guillermo, con una necesidad horrible de expresar su dolor, comenzó a lanzar gritos de Hulk: ¡Aaaaaaaaaaaaaaaghhhhh!... ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaghhhh!

Episodio II: El corrector contraataca

Por supuesto, el episodio le había dado a los hombres del curso una pauta en la que entretenerse: intentar dejar “drilo” a Memito. Esta segunda vez lo más divertido no fueron las circunstancias alrededor, sino la reacción del afectado. Fue Marcello quien, haciendo habilidad de sus estudios de ninja, encontró en un recreo a Guillermo colocadito y ¡zácate!, le encajó otra vez la botellita de corrector en el quetejedi. Memo, esta vez, se cayó de espaldas, sosteniéndose fuertemente desde el pubis hasta el perineo con esas manotas de gorila que tenía. Pudimos, entonces, verle la cara de dolor, los ojos achinados, las mejillas desencajadas y la boca abierta gritando: “Aaaaahhhh, mis weas, mis weaaaaaaaaas… Aaaaaaaaah mis weaaaaaaaaas”.

Episodio III: El regreso del liquid

Por supuesto, esta trilogía debía tener un final apoteósico. Y sucedió un día que Guillermo, por una fractura en una pierna –qué raro, siempre pasaba con yeso– fue al colegio con un buzo azul muy holgado en vez del espantoso pantalón gris con el que nos obligaban a ir. La semana anterior había tenido lugar la Settimana della Scuola, aquella instancia ideal para que entre terceros y cuartos medios se sacaran la madre a gusto y sólo reinara el espíritu de… claro, convivencia. El caso es que Memo, junto con otros compañeros, estaba gritando afuera consignas en contra de los cuartos cuando, de pronto, todos entra en horda, como si fueran una jauría. ¿El motivo? Ellos mismos lo prodigaron: “¡Viene Sartori, viene Sartori!” (el inspector general). Una vez pasado el susto (Sartori apenas se asomó a la puerta para ver qué demonios sucedía), Guillermo deambulaba por una zona espaciada de la sala. Marcello, nuevamente, lo sorprendió con la carabina sin ningún tipo de defensa y kapput: se repitió la secuencia liquid-cocos-al suelo.
Esta vez Guillermo no gritó, no se movió, no reaccionó, no respiraba, no sentía, estaba más allá del bien y del mal. Nos acercamos a verle y estaba tirado en el suelo como dormido, como si le hubieran dado un balazo en la nuca. Después de la carcajada general nos asustamos, pues parecía haberse quedado inconsciente del dolor. Un rato después se reincorporó y tenía los ojos enrojecidos, inyectados en sangre, según se dice, aunque no tomó represalias al respecto y todo volvió a la normalidad.
Así son los amigos. Aunque hubo intenciones de hacer otra trilogía, ya no quisimos seguir alterando el flujo normal de espermatozoides en su cuerpo. De eso se encargó, tiempo después, un tal Giuseppe Ciulla, en los pasillos de los cabros chicos con una senda patadas en la entrepierna y una manopla de acero.