miércoles, 10 de septiembre de 2008

MEMITO HEREJE


En nuestro colegio, las clases de religión fluctuaban entre un improvisado partido de fútbol con una caja de jugo Watt’s, dentro del salón, hasta una guerra de naranjazos mientras la profesora se giraba al pizarrón para enumerar los milagros de Jesús. Tanto era el relajo en este bloque estudiantil, que pronto la asignatura fue rebautizada como “reli-creo” y “recreo-gión”, y nadie (ni la viejita que tenía un brazo más corto, ni el viejo cuico con el poto parado que siempre decía “oyeee, la historia de la iglesiaaa data del siglo XII”, ni el viejo loco que se parecía al mago Juan Tamariz, ni la “Sarcófago”, ni Pedro Picapiedra ni el amigable —tal vez demasiado “amigable”— Richard Nikel) pudo revertir la situación.

Este texto hablará de un siniestro descubrimiento reciente. Puede que Memito, nuestro anti-héroe, comulgue y confíe en los sacramentos, pero en el fondo su espíritu es el de un hereje. Varias anécdotas de nuestra tiernísima niñez lo confirman. Y es que no habíamos descubierto, hasta hoy que tenemos un criterio (de)formado, que en nuestro inmaculado salón de clases estaba, en carne, hueso y maligno espíritu, un hereje más hereje que Demian, de The Omen, más hereje que Regan, de El exorcista, más hereje que el mismo Anton Lavey (vamos, Memito le redactó la Biblia satánica a Lavey).
¿Cómo nos dimos cuenta? Basta analizar estas aparentemente inofensivas anécdotas, de nuestro personaje en clases de Religión, para dar cuenta que estamos delante de… ¡The Lord of the Flies! (y no solamente porque nunca se bañaba).

¿Qué sentiste al hacer esta dinámica?

Las clases de religión de varios profesores estaban basadas en las nunca bien ponderadas “dinámicas” (???), jueguitos en los que todos los compañeros nos poníamos en círculo a oír canciones y comentarlas o a hablar mal de todos. En el mejor de los casos, nos sacaban al patio.
Así fue con la profesora… ¿Teresa?, ¿Silvia?, ¿Carmen? No recordamos el nombre de la recordada “Sarcófago”, una pobre señora que tenía los hombros demasiado cerca de la cabeza, una mega-verruga a un costado de la nariz y que siempre andaba con las manos juntas (la “Sarcófago” también era característica por contar tragedias familiares, como que su nana se había caído en la ducha, y chiste malos, como el clásico fosforito negro-fosforito blanco).
Ella nos preparó una dinámica de unas tarjetas de cartón, que tenían unos dibujos de niños con una palabra debajo: “Amistad”, “Engaño”, “Solidaridad”, “Egoísmo”, etc. (Nota: esta dinámica, junto con la de “Ayudemos a Pablito” de la Nonna, fueron las más absurdas de toda nuestra vida escolar).
Pregunta: ¿Quién creen ustedes que no se interesó por la dinámica ni un momento y se desatendió de la clase para ir, con su compañero Hansen, a subirse a los árboles? Así es. Estos dos engendros, durante toda la hora, se dedicaron a trepar a los frágiles árboles que decoraban nuestro patio de tierra. En uno de esos momentos, Hansen vio a Guillermo en lo más alto de una copa y se le ocurrió amarrarle los cordones de los zapatos a una rama. El pobre Memo estuvo varios minutos tratando de zafar sus zapatos de las ramas.
Al acabar la clase y el intercambio de tarjetitas, vimos con curiosidad como la mole de nuestro compañero bajaba con dificultad de los árboles, con todos los zapatos con tierra y el chaleco con ramitas y hojas. En eso, la “Sarcófago” se acerca a Memo (creemos que con total premeditación) y le pregunta: “Guillermo, ¿qué sentiste al hacer esta dinámica?”.

A todo esto, nosotros nos encontrábamos camino a los comedores del colegio, por lo tanto pudimos apreciar la escena con total exactitud. Guillermo se puso nervioso, le sudaron las manos, se acomodó el pelo, y respondió con lo único que se le vino a la cabeza: “Eeeeeeeh… no sé porque no la entendí muy bien”.
La respuesta provocó la hilaridad de sus compañeros y la consiguiente molestia. La coda de esta historia es que después, cuando ya estábamos en el recreo largo antes de tener clases con nuestro querido profesor Peter Maldonado (que por cierto, recibió una vez en la escalera un dormilón de Memo, ese condoro coming soon…), jugábamos una pichanga con una caja de jugo en las bancas y le preguntamos a Memo, imitando a la profesora: “Oye, Guillermo, ¿qué sentiste al hacer esta dinámica?”. Ahora, sin ningún nerviosismo, su respuesta, segura y certera y tan ”memesca”, fue:
“QUE ME LA SHUUUPABAN”

Una torre alta, fuerte y hermosa

Nunca como antes habíamos disfrutado una clase de reli-creo hasta la llegada de Richard Nikel, y no por la clase, sino por lo estrambótico del sujeto que teníamosdelante: alto, flaco, de ojos siempre vidriosos y una voz, ¿cómo decirlo?, como si siempre le estuvieran apretando elquetedije. El caso es un día que el profesor Nikel nos hizo traer una cartulina y formó grupos de trabajo. Nuestro grupo estaba groseramente integrado por 8 personas: Memo, Marshó, Pipe, Cristobalín, Lucho, Peto, Mono y Hansen. El profesor dio una instrucción del todo extravagante: “Con la cartulina tienen que hacer una torre… pero no cualquier torre… esta torre debe ser: ALTA… FUERTE… Y HERMOSA”.
Por supuesto, ante la ambigua instrucción, la primera reacción fue una risotada general, pero luego los ñoños se aplicaron para hacer, de la mejor manera posible, el trabajo manual-religioso, así que no quedó de otra. En nuestro grupo trabajaron sólo tres personas (en este orden jerárquico): Marshó (que, con su habilidad de siempre, agarró la cartulina roja y la convirtió no en una torre, sino en un castillo, mejor que el de Magic Kigdom); Pipe (que en las pequeñas ventanas dibujó la caricatura de todos los miembros del equipo) y Peto (que en la base de cartón donde estaba sostenido el castillo se dedicó a pintar consignas obscenas y a escribir los nombres de grupos de rock, como Metallica y AC/DC).
Mientras otros tenían una cartulina amarilla enrollada con un globo encima (al que le habían pintado una carita de gato), nosotros habíamos construido un reino… el reino de la herejía, pues inmediatamente después que el profesor Nikel nos evaluara (“Mmmm… no es una torre, es un castillo… ¡mal!”), el buen Memo tomó el trabajo, lo lanzó por los aires y, con la manota característica, le dio de puñetazos apurando la llegada del castillo al suelo. Así, hasta que el trabajo quedó inservible. ¿Lo hizo por rabia ante la calificación? No, por hereje nomás.

La condena final al infierno (Cordero de Dios)

Cualquiera podría sentirse ofendido con la siguiente anécdota. Es que, en verdad es muuuy fuerte. Un día, como en séptimo básico y a pito de nada, Guillermo inventó una coreografía basándose en “Cordero de Dios”, la clásica canción que tocan en la Iglesia cuando la gente se levanta a comulgar. ¿La recordáis? “Cordeeero de Diooos que quitas el pecaaado del mundooo… daaanos la paaz”. Bien, en medio del salón, Memito se ponía a danzar de la siguiente manera (traten de imaginárselo):

1. Con la estrofa “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”, nuestro anti-héroe aplaudía una vez y se pegaba con la mano izquierda en el cachete del poto izquierdo. Luego repetía la secuencia a la derecha.

2. Con el verso “Danos la paz”, Guillermo pasaba su dedo índice de izquierda a derecha con el brazo derecho y viceversa, en clara alusión a Tony Manero de Fiebre de sábado por la noche.

3. Finalmente, en “Ten piedad de nosotros”, el hereje levantaba las manos al cielo como evangélico, y luego las dirigía a sus gónadas, de una manera tan extraña que parecía como si se metiera las manos en un agujero que tuviera allí.

Padre, padre... perdónalo, porque no sabe lo que hace.

jueves, 4 de septiembre de 2008

DOBLE VERGUENZA

Guillermo no solo era un imán del desastre y un as de lo absurdo, muchas veces era víctima de bromas o ingenuas trampas que le tendíamos muchos de nosotros. Siempre buscando la manera que el saliera perjudicado o quedara en ridículo.

Un día común y silvestre de clases, cuando cursábamos 7° u 8° básico, salíamos a recreo y mientras bajábamos al patio uno de nuestros compañeros dijo: Oigan, Guillermo anda con el pantalón un poco rajado. Nadie había notado el rajón, porque este media unos pocos centímetros, pero nada despreciable para la oscura broma que Hansen le tenía preparada.
Llegando al primer piso y frente a la escalera Hansen comenzó a decirle a Guillermo: ¿Enfermo? ¡Que te apuesto que no podí levantar la pata más arriba que yo! Acto seguido el retador levanto la pata casi a la altura de su cabeza, asiendo alarde de sus buenos dotes para el deporte y su agilidad. Memito, siempre desafiante y contrario a su compañero, acepto el desafío diciendo: ¡Seguro que si po, que fácil! Memito levanto su pierna rápidamente, con esa elasticidad media amorfa que lo caracterizaba, y se escucho un agudo sonido que retumbo por todo el espacio: Jrrrrrr!!!!! Su pantalón se había terminado de descoser.

Memito se quedo paralizado con cara de sorpresa y angustia, cuando escucho un grito no menos a agudo que el anterior: ¿Borzacchini, cosa ai fatto? Era nuestra profesora de italiano de esos años, Andreina Caffese, que oyendo tal ruido y viendo el gesto de Memin solo imagino que nuestro querido amigo había soltado un estruendoso gas, poniéndose Guillermo muy nervioso, avergonzandose pese a no haber hecho nada semejante.

La profesora se retiro y todos nos volvimos nuevamente a Memito para ver en qué grado había salido perjudicado y la verdad queridos lectores, yo nunca en mi vida he visto algo semejante: el pantalón prácticamente se partió en dos, se rajó desde el cinturón hasta donde comienza el cierre, pero lo más increíble y que aun no me explico, es que el celeste y ajustado slip que llevaba Guillermo ese día se rajo de la misma manera, quedando con toda su intimidad al descubierto, causando aun más risas y la sorpresa de todos. Yo estuve ahí y sobreviví para contarlo.

UNA ASPIRINA PARA EL POBRE RANGER!

El escenario una vez más las aulas de la Scuola Italiana, pero no una cualquiera, la amplia y aislada aula de técnico manual, más conocida como El Taller de Navarro.
En esa época, a mediados de los ’90, se estilaba tener clases de técnico manual en las tardes, después de almuerzo, lo que obviamente no beneficiaba el orden y la atención de nosotros los alumnos, ya cansados, aburridos y con la típica “echada de yegua” que da a la hora de la siesta. Por lo mismo nadie tenía muchos ánimos de trabajar: usualmente matábamos el tiempo conversando, jugando o haciendo travesuras. La verdad no era mucho lo que podíamos hacer bajo la atenta mirada inquisidora de nuestro querido profesor Jorge Navarro, sin embargo una hora antes de terminar la clase dicho profesor se retiraba de la sala para ir a la inspectoría del 2° piso a buscar el libro de clases, recordemos que el taller de técnico manual se ubicaba aislado del edificio principal en un rincón del terreno que ocupaba el establecimiento. Eran esos pocos minutos, escasos 10 minutos, en la que podíamos llevar a cabo las más locas y desenfrenadas estupideces.

Ese día, antes de comenzar la clase y mientras entrabamos a la sala, nos dimos cuenta de un nuevo compañero de nuestro profesor, una figura Power Ranger de unos 15 cm. Era el Power Ranger rojo, héroe infantil de aquella época. Este juguetito, que solo movía la cabeza de un lado al otro, había sido regalo de uno de sus alumnos más pequeños, como una ejemplar muestra de cariño al docente, este adornaba, sentado en un clavo, el marco del pizarrón. Sin embargo, imaginaran quien no aprecio dicho gesto de ternura y amistan entre alumno y profesor: Memito, apenas se retiro el profesor, tomo en sus manos dicho juguete comenzando a examinarlo visualmente y sin pensarlo dos veces exclamó: ¡Tírenmelo y yo lo bateo!

Antes de contar lo ocurrido vale la pena describir un poco el contexto: mas menos 10 alumnos, todos hombres mirando la escena y alentando la acción de sus personajes; el taller, de una dimensión de unos 8 x 8 metros iluminado solo por la luz que entraba por las ventanas; el mobiliario, compuesto principalmente por grandes tableros azules y una serie de mesones de madera que se amontonaban en el fondo de la sala junto a grandes maquinas carpinteras, trabajos de otros alumnos, estantes, etc … la verdad un desorden general.

Guillermo se situó sobre la tarima que antecedía al pizarrón, quedando enaltecido, en sus manos tomaba fuertemente una regla de unos 80 cm de largo, esta no era una regla cualquiera, era una de acero macizo de un color café oscuro y una sección considerable de 5x1 cm. Memo volvió a exclamar con más fuerza: ¡Ya po, tírenmelo! Uno de nosotros (y si alguien recuerda quien fue por favor lo informe) le aventó dicho superhéroe, el cual fue alcanzado por el torpe bateador pero no de lleno, exclamando todos: ¡Strikes One! Mientras veíamos como el Power Ranger tomaba una trayectoria semi-circular hacia atrás. Al ver la poca pericia del jugador, este humilde narrador, Marcello Davico, le dijo a Memito: oye, tienes que pegarle con el lado ancho para mandarlo lejos.

Una vez más Memo exclamo: ¡Ahora sí, tíralo de nuevo! Y tal cual como había instruido a Memin el golpe fue seco. El Power Ranger salió volando y desapareció en el bosque que formaban las patas de los mesones que se amontonaban al final de la sala, todos reíamos. Guillermo preocupado, y en una reacción felina muy característica de él cuando se veía en apuros, comenzó a correr rápidamente los mesones de madera encontrando rápidamente la valiosa figura y la empuño por su torso cual espada diciendo: Uf, menos mal. Apenas dicho esto se percato que todos continuábamos riendo a carcajadas y aun más fuerte que antes, fue así como Memin desvió su mirada al juguete y, al igual que todos nosotros, se percato de lo ocurrido, el Power Ranger estaba decapitado, sin su pequeña y frágil cabeza. Guillermo comenzó a sudar frio y comenzó a gritar mientras le tiritaba la voz: ¡La cabeza, busquen la cabeza, el viejo me va a matar! Hay que decir que cuando Memo se veía en estas situaciones límites su voz parecía agarrar un marcado acento venezolano fruto de su estadía en dicho país. Mientras todos intentamos buscar la cabeza, inútil esfuerzo porque todos teníamos los ojos llorosos de tanta risa, alguien exclamo: ¡Ahí viene el viejo! Y las carcajadas fueron mayores mientras Memito descubrió que no tenía más remedio que confesar el pecado al profesor o hacerse el tonto, obviamente la decisión fue la segunda, por lo que dejo el Power Ranger donde estaba inicialmente y, reemplazando la cabeza, colocó indiscriteriadamente una pequeña flor seca roja, de estas que se utilizan para ambientar maquetas.

El profesor no se percato del crimen, incluso llego a escribir en el pizarrón frente a la figura, causando las nerviosas risas de todos y revolviendo el estomago de Memin. Apenas sonó el timbre marcando las 16:15 todos nos retiramos aun riendo por lo que acabábamos de vivir, incluso Memito ya relajado por haber salido sin problemas. La semana siguiente entramos nuevamente al taller, percatandonos que otros alumnos habian reemplazado la florcita por una tiza con una cara de caricatura dibujada, y descaradamente le preguntamos a Navarro: Oiga profesor, ¿Y qué le paso al monito? Y nuestro profesor exclamo, en su típico tono “docto” y amanerado: No se que le habrá sucedido a ese Ranger.




martes, 2 de septiembre de 2008

RECUERDOS DEL COMPADRE LUCHO

¡¡¡Tiemblen otros blogs de tendencias puritanas, amigables y que apelan al bien común!!!

¡¡¡HEMOS REGRESADO!!!

Todo gracias a la gestión de un antiguo amigo, Lucho Barbieri, alias “Turbina”, quien se encontrara con esta página y procediera gentilmente a facilitarnos más recuerdos sobre los condoros de este personajón, de este insigne maestro de lo absurdo, de… Memo, quien más.
Nos tomamos la libertad de enumerar el mensaje de nuestro amigo, y complementarlo con detalles que vuelven más sabrosos los episodios.

RECUERDO nº 1: PANCORAZOS

(Nota: el buen Lucho utiliza el término “dormilón”. Es más exacto decir “pancorazo”, ya que “dormilón” es el acto de acercar violentamente el puño al brazo de un compañero; mientras “pancorazo” es reventarle el muslo al mismo compañero, pero con la rodilla, como describe la foto)

Volvíamos del taller de técnico manual del profesor Navarro, ubicado a escasos metros del edificio principal del colegio, cuando al llegar a la sala, “Hansen le pegó un dormilón en un pierna y este huevón quedo pa’ la cagada y se apoyó en un banco quejándose. Acto seguido el Peto vio esta escena tomo vuelo y le pegó otro dormilón pero en la otra pierna jajaajajajajajaj y el Memo cayó al suelo y todos nos cagamos de la risa viendo al Memo botado”. En eso, se asoma al salón nuestra queridísima profesora de matemáticas, Teresa Oliver, alias Peter Rock, y pregunta: “¿Qué hace ese niño en el suelo?”, a lo que contesta Marcello: “No se preocupe, profesora, se cayó solo”.

RECUERDO nº 2: LA MOCHILA NEGRA


Las mochilas de Guillermo duraban menos que la alegría del triste. Hubo una de todos colores que la destripamos y cada uno de nosotros se quedó con un trozo; luego, un bolso de gimnasia que le colgamos del palo de la cortina y que se encargó de doblar un tenedor en el Stadio Italiano (la pandilla mediante). Pero la que más se acuerda el buen Lucho, es de la mochila negra: “Le rayábamos todos los días la mochila al pobre Memo y le dibujábamos telarañas, hasta que de tanto hacer lo mismo y por tratar de hacer algo distinto en su mochila le cortamos los tirantes con una tijera, jajaajajaja”. Lo del corte de los tirantes se produjo porque había uno que estaba suelto, y Marcello lo convenció y le dijo: “Mira, se ve espantoso, por qué no se lo cortas”, y él mismo agarró las tijeras pero cortó el equivocado. Al final, se fue a su casa con la mochila como si llevara una guagua.

RECUERDO nº 3: EL PIANITO ORIENTAL


Lucho escribe: “¿Te acordai del piano amarillo que traía a clases de música? Yo le ponía música china a este huevón y se ponía a bailar cada vez que lo hacía sonar. Hasta que un día, de tanto hacerle sonar la musiquita pescó mi piano y le pegó un combo y me lo hizo mierda. Yo después lo arregle en mi casa y le puse un parlante de un equipo (me creía maestro)”. El baile que hacía Memo al escuchar la clásica musiquita del teclado de Lucho era el de un luchador de sumo. Ahora bien, cada vez que Memo agarraba a puñetazos el pianito, la música sonaba como disco viejo, rayado, el típico LP sonando cuando el tocadiscos se está quedando sin cuerda.

Gracias, compañero, esperamos seguir contando con tu apoyo para futuras aportaciones condorísticas.