viernes, 13 de abril de 2007

ANÉCDOTAS CON LA VIEJA NELLY (I): LA BOLSA DE MEADO






La señora María Nelly es un personaje esencial en esta novela épica que tiene a Guillermo como el protagonista que salva doncellas y endereza entuertos. La señora Nelly (alias, la Vieja Nelly), era la señora del transporte escolar (taxi) en el cual Pipe, Marcello y, por supuesto, Mr. Condoro se iban en su tierna infancia. En verdad, todas las travesuras de Guillermo en el transporte escolar de la “Vieja Nelly” representan un universo paralelo, una dimensión alternativa a lo que aquí se ha contado, e irán parceladas poco a poco en estos apartados. Vamos por el primero. La bolsa de meado.

Una tarde cualquiera, volviendo del colegio a eso de las dos y media de la tarde, todos los niños y niñas que la Señora Nelly llevaba a sus casas jugaban en la parte posterior de su singular transporte escolar. Unos hacían sus deberes, otros pensaban en el fin de semana y Guillermo… pues Guillermo tenía desde hacía una hora unas intensas –¡qué digo intensas, intensísimas!– ganas de orinar. Sucedía que antes de subirse al taxi, al menso se le había olvidado a vaciar la vejiga en el urinario, y mientras transcurrían los minutos todos presenciábamos que su otrora expresión de felicidad y amistosidad iba mutando hacia un desencajamiento de mandíbula y achinamiento de ojos notable. Fue entonces, en medio de una conversación que seguramente versaba sobre pruebas, juegos de Super Nintendo o mujeres, que Guillermo soltó una frase de consternación:
-Estoy que me meo…
Nadie le dio mucha importancia en ese momento, menos la señora Nelly, quien nunca se caracterizó mucho por tener sus cinco sentidos puestos en la parte posterior de su vehículo. Pasados unos minutos, Guillermo se llevó las dos manos a las gónadas:
-Señora Nelly, por favor pare…
-¿Qué pasa? –quiso saber la dependienta del taxi.
-Es que… tengo una emergencia.
El transporte escolar dio la vuelta en Alonso de Córdoba. Allí la señora Nelly iba a dejar a una niñita de unos 10 años a su casa. Memo, entonces, tuvo una idea:
-Oye –le preguntó a la niñita– ¿me prestarías el baño de tu casa?
-No –contestó tajantemente. Memo y los demás se quedaron impresionados con la resolución de la pendex.
-Es que de verdad me estoy haciendo…
-¡No! –repitió. Tomó su mochila y se bajó corriendo hacia su casa. Quién sabe si por orgullo o por una verdadera necesidad de mear, Guillermo se bajó del transporte y la empezó a perseguir:
-¡Préstame el baño! ¡Préstame el baño!
Dentro del transporte las carcajadas eran generales. La pendex logró introducirse en su casa cual cometa y Guillermo, ya a punto de regar la maceta, profesó a plena luz del día y en el barrio alto, un acto anarquista: comenzó a hacer pichí en unas enredaderas de afuera de la casa de la afectada. La señora Nelly, todavía sin entender lo que pasaba, le tocó la bocina para que subiera otra vez y puso en marcha el vehículo. Memo, entonces, corrió hasta el taxi y se subió de un salto. Su amigo Pipe quiso saber lo acontecido:
-¿Y? ¿Evacuaste?
-No pude, huevón. Cuando haces un poquito de pichí y te reprimes, te dan más ganas todavía.
Entre risa y risa supimos que la estaba pasando realmente mal. Le dijimos a la señora Nelly si podía parar y se negó. Le preguntamos, entonces, si dejaba que Guillermo meara por una pequeña abertura que había en la puerta corrediza, pero arguyó un moralismo de buenas costumbres e higiene dignas de una estudiante de nutrición. Así que Rodrigo Araya (hermano del buen Cristián “Canalla” Araya y bautizado por un tic nervioso con el seudónimo jocoso de “Vivos Labios”) le extendió una bolsa de plástico:
-Toma, si quieres mea aquí.
Fue así como nuestro héroe, en mitad del transporte escolar, sacó su herramienta (bueno, su herramientita) y la colocó dentro. Acabó llenándola completa, con tan mala suerte que la bolsa tenía un agujero por donde los orines comenzaron a chorrear. Todos gritaron, desesperados:
-¡Tira esa wea, tira esa wea!
El pichí de Guillermo olía a espárragos y tenía un olor amarillo cafesoso, como si hubiera tenido hepatitis. Al final, terminó arrojando la bolsa por la ventana.
¿Fin?
¡No!
Las risas fueron en aumento por lo que había sucedido, como si se tratara el final de una comedia muy buena. Pero nadie sospechó en ese minuto que esa comedia tendría una coda inmediata. Después de un rato, en el que todos trataban de golpear el vientre de nuestro amigo y de decirle al oído el clásico “pssts”, “psst”, Memo volvió a la carga:
-Todavía tengo ganas.
Fue su amigo Pipe quien acudió al rescate, acordándose de que su mamá siempre le enviaba la merendina en una bolsa Ziploc. En esa bolsa buena, de plástico duro, Memo meó a sus anchas y hasta tuvo tiempo de sellarla.
-Bueno –dijo– ¿qué hago con esto? –preguntó a los presentes. Y uno de los contertulios (da igual quién, cualquiera era bueno dando ideas) le sugirió:
-¿Por qué no se la tirai’ a alguien?
El resto fue esperar el momento indicado y a la persona adecuada. Como víctima fue elegido un tractor con unos obreros alrededor, quienes, en pleno día de sol, recibieron una cálida y memiosa lluvia dorada.

lunes, 26 de marzo de 2007

ODDONISMOS


VS.



Éstas son apenas tres historias de la maquiavélica pero solidaria relación que se forjó entre el profesor de Italiano e Storia Universale, Italo Oddone y… ése mismo, po. Maquiavélica, porque el profesor Oddone una vez que comenzó a lidiar con Guillermo, ya no pararía hasta bien entrada la enseñanza media. Solidaria, porque… eh… ¡porque cómo no va a ser solidario que un tipo regañe a nuestro más querido amigo para beneficio de nuestra risa!

EL BANCO

De una u otra manera, Guillermo siempre estaba fastidiando en clase. Ya fuera porque pegaba papelitos con saliva en el techo, jugaba uno y uno con su amigo Hansen o no tomaba apuntes. El caso es que en octavo básico (1995), un día al profesor Oddone se le colmó la paciencia. Después de haberle advertido largamente de que dejara de molestar, simplemente se acercó al banco de Guillermo, lo levantó, lo sacó por la puerta y lo instaló en el pasillo. Acto seguido, obligó a Memo (que para ese entonces había quedado sentado en medio de la nada) a tomar su silla y a salir a la intemperie.
-¿Pero cómo voy a tomar apuntes? –reclamó airado nuestro héroe.
-Es tu problema.
Así fue como lo que quedaba de clase, Guillermo tenía que levantarse del banco que estaba ubicado en medio del pasillo, entrar en la sala, mirar lo que había escrito el profe en la pizarra y volver a salir, para anotar en su cuaderno. Las burlas que le prodigaban Marcello, Pipe, Cristóbal, Hansen, Peto y Lucho cada vez que entraba eran respondidas por uno de sus dedos levantados. El que adivine cuál era se gana un premio.

EL STICK FIX

Todos, pero absolutamente todos en el salón jugamos alguna vez a hacer telarañas con el stick-fix. Simple: nos embadurnábamos el dedo pulgar e índica con la goma blanca, jugábamos con ella un rato como si se tratara de un moco y cuando comenzaba a hacerse hilachas, poníamos el stick fix de cabeza para hacerle telarañas en la parte negra que se giraba.
Se reitera: todos lo hacíamos. Pero, ¿a quién tenían que sorprender? Nuevamente, en una clase de Storia, ya más grandes (octavo básico o primero medio), Guillermo dedicaba por completo su atención a hacer telarañas mientras el profesor pormenorizaba la estructura de gobierno europeo en la Edad Media. Para comprender la gracia de esta historia, hay que tener en mente ambos planos: el profesor sentado hablando, girando la cabeza de un lado y otro (es decir, dándose cuenta de que Memo estaba haciendo telarañas) y Guillermo acometiendo la proeza del stick fix. Habla Oddone:
-Allora, ragazzi, i servi della gleba e i vasallagi non avevano privilegi, perchè nel Medioevo soltanto il Re era considerato uomo, perciò dovete tendre in conto che (y aquí su vista se centró en nuestro compañero)... GUILLERMO NON FARE CIEMEZZE!!!
¡Todo continuado!

SPORT, SPORT, SPORT

Durante una prueba de Italiano en primero medio, nuestro buen amigo Roberto Kettlum (el Peto), detuvo la redacción de su examen y miró al profesor Oddone. Llevaba una bufanda con una T.
-Profesore?
-Sí?
-Posso farli una domanda? (¿Puedo hacerle una pregunta?)
-Certo… (Claro)
-Perchè la sua sciarpa ha una T? (¿Por qué su bufanda tiene una T?)
-Perchè la persona che mi l’ha fatto mi diceva “Talo” (Porque la persona que me la hizo me decía “Talo”).
-Ahhh… entonces de chico a usted le daban mucha leche Calo… (en español original).
Eso dio pie para que de ahí en adelante nos fijáramos más en la vestimenta del profesor Oddone. Fue así como en una oportunidad, entró a la sala con un suéter azul con tres líneas horizontales blancas, que le llegaba más abajo del cinturón. En cada línea decía la palabra “Sport”. Entonces Guillermo, durante toda, pero toda la hora de clases, estuvo mirando el suéter desde la primera línea blanca hacia abajo y susurrando (la última línea hay que leerla con la entonación de Beavis, del clásico programa Beavis&Butthead de MTV):

SPORT…
SPORT…
SPORT…
¡BOINGGG!

Hay otras anécdotas memorables del profesor Oddone, como la de las salchichas San Jorge o cuando le echó al pasillo los zapatos a Lucho Barbieri. Quizás las repasemos en este mismo blog como bonus track en algún minuto.

viernes, 23 de marzo de 2007

CUANDO LAS PALMERAS SE QUEDARON SIN FRUTOS

(O el descoque en tres episodios)

Ni el Señor de los Membrillos, ni Star Wars, ni Los Muertos Vivos de George Romero se igualan a esta trilogía. El maestro Davico, en un momento de lucidez genial –sí, los tiene a ratos–, detectó una característica esencial de los juegos infantiles masculinos: por definición, tienden al contacto físico mediante la agresión. Y no sólo eso: ese contacto violento casi siempre se produce en determinada zona de la anatomía masculina que, al ser golpeada o presionada con demasiada fuerza, arrebata la voz y los colores de la cara.
En ese sentido, dejar sin día del padre a Guillermo fue una tarea ardua en nuestra adolescencia, y no sé si la llegamos a concretarla. En cuanto a esfuerzo, eso sí, no nos quedamos cortos. Bien, nuevamente pónganse cómodos en sus butacas e imaginen que leen esto con una sinfonía de John Williams… ¡por que esto, señores, es épico!

Episodio I: Una nueva esperanza para reírnos

Primero medio, año 1996. Desde hacía semanas teníamos la manía de voltearle el banco a Guillermo cuando volviera del recreo. Así, sin más, con catorce o quince años las cosas se hacen casi sin pensarlas. Sencillamente, le dábamos vuelta el banco y quedaba con las patas hacia arriba. Por lo general, cuando Memo llegaba, encontraba la escena y nos miraba con cara de “pobres pendejos”. Pero en esa oportunidad, algo ocurrió: nos quiso seguir la corriente y se sentó en medio del banco girado. Tomó dos de las patas y comenzó a jugar a la nave espacial, como el aquel capítulo clásico del Chavo del 8 del switch.
Por supuesto, todos estábamos en el suelo de la risa. Al ver esto –y comprobar que perdía protagonismo en el curso– su inseparable (ene)amigo Hansen se acercó y quién sabe cómo deslizó una manzana –sólo la deslizó, no la arrojó– desde lo alto. El fruto rodó por el pecho de Guillermo y fue a caer justo en sus compañeros. Memo sólo se asustó, pues no hubo dolor, y se reincorporó de inmediato. El caso es que a Hansen el episodio de la manzana le dio el pie para algo mayor: tomó otra vez la fruta y ahora sí, se la arrojó con toda intención hacia “aquella zona”. Memito, en un arranque de ahbilidad, la esquivó y con voz altanera le dijo: “Ah, ¿ves? No tienes tan buena puntería”. Pero no contaba que Mono Seisdedos había presenciado toda la escena. Abriendose paso entre los que contemplabamos el espectáculo, le lanzó con todas sus fuerzas un envase de liquid paper que, cómo no, dio en el blanco.
Mientras se sostenía con ambas manos la parte afectada, las piernas de Guillermo fueron dos pilares quebrándose en un terremoto. Se fue al suelo, estrepitosamente, quedando de rodillas, pero con la cabeza inclinada, de modo tal que toda la chasca se le vino hacia delante. En ese momento, algo sucedió: la sala misteriosamente –no sabemos cómo– quedó en silencio, y fue entonces cuando Guillermo, con una necesidad horrible de expresar su dolor, comenzó a lanzar gritos de Hulk: ¡Aaaaaaaaaaaaaaaghhhhh!... ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaghhhh!

Episodio II: El corrector contraataca

Por supuesto, el episodio le había dado a los hombres del curso una pauta en la que entretenerse: intentar dejar “drilo” a Memito. Esta segunda vez lo más divertido no fueron las circunstancias alrededor, sino la reacción del afectado. Fue Marcello quien, haciendo habilidad de sus estudios de ninja, encontró en un recreo a Guillermo colocadito y ¡zácate!, le encajó otra vez la botellita de corrector en el quetejedi. Memo, esta vez, se cayó de espaldas, sosteniéndose fuertemente desde el pubis hasta el perineo con esas manotas de gorila que tenía. Pudimos, entonces, verle la cara de dolor, los ojos achinados, las mejillas desencajadas y la boca abierta gritando: “Aaaaahhhh, mis weas, mis weaaaaaaaaas… Aaaaaaaaah mis weaaaaaaaaas”.

Episodio III: El regreso del liquid

Por supuesto, esta trilogía debía tener un final apoteósico. Y sucedió un día que Guillermo, por una fractura en una pierna –qué raro, siempre pasaba con yeso– fue al colegio con un buzo azul muy holgado en vez del espantoso pantalón gris con el que nos obligaban a ir. La semana anterior había tenido lugar la Settimana della Scuola, aquella instancia ideal para que entre terceros y cuartos medios se sacaran la madre a gusto y sólo reinara el espíritu de… claro, convivencia. El caso es que Memo, junto con otros compañeros, estaba gritando afuera consignas en contra de los cuartos cuando, de pronto, todos entra en horda, como si fueran una jauría. ¿El motivo? Ellos mismos lo prodigaron: “¡Viene Sartori, viene Sartori!” (el inspector general). Una vez pasado el susto (Sartori apenas se asomó a la puerta para ver qué demonios sucedía), Guillermo deambulaba por una zona espaciada de la sala. Marcello, nuevamente, lo sorprendió con la carabina sin ningún tipo de defensa y kapput: se repitió la secuencia liquid-cocos-al suelo.
Esta vez Guillermo no gritó, no se movió, no reaccionó, no respiraba, no sentía, estaba más allá del bien y del mal. Nos acercamos a verle y estaba tirado en el suelo como dormido, como si le hubieran dado un balazo en la nuca. Después de la carcajada general nos asustamos, pues parecía haberse quedado inconsciente del dolor. Un rato después se reincorporó y tenía los ojos enrojecidos, inyectados en sangre, según se dice, aunque no tomó represalias al respecto y todo volvió a la normalidad.
Así son los amigos. Aunque hubo intenciones de hacer otra trilogía, ya no quisimos seguir alterando el flujo normal de espermatozoides en su cuerpo. De eso se encargó, tiempo después, un tal Giuseppe Ciulla, en los pasillos de los cabros chicos con una senda patadas en la entrepierna y una manopla de acero.

domingo, 25 de febrero de 2007

LLUEVE SOBRE MOJADO

13:35 horas, Viernes, salón de música Scuola Italiana. 25 alumnos, todos hombres, esperando la ansiada salida de clases enclaustrados en musical recinto. Esperábamos el retorno de nuestro profesor Jorge Morán con el registro, para dar por terminada la clase con una pasada de lista. Los minutos pasaban como horas y nadie lograba asimilar la espera.

13:40 horas, Memito descubrió sobre el mesón catedrático 2 elementos de nuestro estimado profesor: su maletín café y su paraguas negro. Acto seguido y sin escrúpulos tomó el paraguas, lo abrió y comenzó a entonar una dulce canción: I’m singing in the rain, just singing in the rain, acompañado de una graciosa “performance” digna de Homero Simpson. Mientras bailaba y saltaba por todo el salón comenzó a notar que las risas causadas en los espectadores evolucionaban en enloquecidas carcajadas y llantos de risa, fue así como se detuvo un segundo y observó: el paraguas había mutado en una forma graciosamente cónica, dándose vuelta con respecto al bastón de sujeción quedando similar a un copihue colgando de su rama.

13:45 horas, la cara de felicidad y alegría de Guillermo cambió de inmediato notándose claramente su nerviosismo, como medida de emergencia colocó el paraguas boca a bajo presionándolo contra el suelo y pisándolo con el fin de recuperar su forma inicial. Esto sólo terminó por deformar aún más el paraguas causando el pliegue de muchos de los alambres de la estructura y el rompimiento de soportes y de la tela impermeable.

13:47 horas, algunos alumnos comenzaron a vigilar la llegada del profesor hasta que uno de ellos pronunció las palabras que menos quería escuchar Memito en ese minuto: Ahí viene el viejo! Con una reacción casi felina nuestro bailarín comenzó nerviosamente a dar vueltas y a apretujar la tela intentando dar la forma cilíndrica del paraguas cerrado, omitiendo la forma correcta de hacerlo y dejándolo obviamente en condiciones inservibles. Una vez terminado de retorcer y envolver el deforme arrollado, Guillermo volvió a ubicar el paraguas, o lo que quedaba de él, en su posición inicial sobre el banco del profesor.

13:48 horas, en un atisbo de inteligencia y estrategia escolar su amigo Marcello le dijo a Memín: Guillermo esconde el paraguas, apenas entre el viejo lo va a ver y va a cachar lo que pasó, mejor que piense que se le perdió o capaz que ni se acuerde que lo trajo. Haciendo caso del sabio consejo Guillermo tomó el paraguas nuevamente y lo escondió en la parte de atrás de la estufa del salón, donde se guarda el balón de gas, acto seguido entró rápidamente el Profesor a la sala sentándose en su banco y comenzando a pasar la lista, casi todos presentes.

13:55 horas, nuestro estimado profesor cierra el libro, toma su maletín con el registro y dice mientras camina hacia la puerta: Buenas tardes jóvenes. Una vez retirado Morán todos comenzamos a salir del salón riendo aún, sin asimilar bien lo que acabábamos de presenciar, quizás uno de los episodios más MEMOrables de nuestra adolescencia.

13:57 horas, finalmente permanecieron en el aula Guillermo, Marcello y unos pocos compañeros, Marcello volvió a aconsejar: Guillermo, mejor saca el paraguas de ahí, llévatelo y después lo botas fuera del colegio, si un auxiliar lo encuentra lo más probable es que le diga al viejo y te cachen. Guillermo retiró el paraguas del sagrado escondite abriéndose levemente en una señal de agonía, desparramándose la mayoría del esqueleto metálico como Palillos Chinos sobre el suelo, causando una nueva oleada de risas y carcajadas. Memito levantó cada uno de las piezas metálicas y las guardó de cualquier forma dentro de lo que quedaba de la tela del paraguas, guardándolo brutalmente dentro de su mochila y huyendo todos de la escena del crimen.

14:03 horas, ya nos encontrábamos fuera del establecimiento, prendiendo los cigarrillos y preparando los carretes del fin de semana. De repente alguien recordó: Y Guillermo? Qué pasó con el paraguas? Recordando lo sucedido Guillermo abrió su bolso, metió su gruesa mano dentro, tomó el deforme saco de alambres y lo introdujo violentamente en un basurero diciendo, aunque sin provocación de nuestro profesor: Viejo Cu...!

martes, 9 de enero de 2007

PATY’S HAMBURGUER IN THE WALL

Aunque Segundo Medio fue el momento “di massimo splendore” de Memito (según la jerga que utilizaba el profesor Oddone cuando nos enseñaba Il Rinascimento), en los años anteriores hubo muchos episodios dignos de destacarse, sobre todo algunos que tuvieron a su secuaz Hansen como protagonista y victimario.
Éste es uno de ellos. Pónganse cómodos. Apaguen el televisor, dejen los apuntes de lado, llamen después a sus noviecitas. Lo que leerán no tiene precedentes.
Primero Medio, es decir 1996, ya aventuraba muchas de los “capolavoros” de Guillermo. No sólo de aquéllos que él podría realizar de manera independiente (el techo, el power-ranger, el paraguas de Morán), sino de aquellos en los que jugaba más un papel de víctima. Ante todo hay que decir que, exceptuando la mala leche y el cinismo de un compañero al que conocían como El Mono, en ninguno de nosotros había maldad cuando se trataba de hacerle alguna travesura a Memo. Hansen –también conocido como Hanseleta, Taquinerd, Enano chupa-dick, Ruso, Pendejito subordinado y Papi Riqui, en su momento– estaba dentro de este grupo. (Nota: más adelante se detallará la extraña relación de amor-odio, de compadres-enemigos que existía entre los dos). Por el momento, hay que quedarse con la idea de que Hansen era muy amigo de Guillermo, pero si encontraba la oportunidad de incitarlo a un condoro o de provocarle alguna molestia, no se resistía.
El caso es que un buen día, Hansen había ideado una broma macabra: ponerle una bolsa de supermercado de sombrero a Guillermo. Nunca hubo ánimo de asfixiarlo, sólo de ridiculizarlo. Memo, por ese entonces, llevaba casi siempre de almorzar las muy populares Hamburguesas Paty. Sólo Dios sabe cómo podía comerlas, ya que su merienda constaba únicamente del pan, mucha –pero en verdad, mucha, o sea toneladas– de mayonesa y aquella carne molida de estómago de gato del Mapocho (claro, ¿de qué pensaban que estaban hechas las hamburguesas congeladas? ¿De carne de vacuno? Mj… mja… mjajaja… guaajajajajajaja).
En el recreo para almorzar, a eso de las 14.15, Guillermo había sacado su hamburguesa Paty y se la comía tranquilamente de pie, acodado en los lockers al fondo de la sala. Fue entonces cuando Hansen, haciendo gracia de toda su habilidad como ninja, se acercó por detrás sin ser visto y de un momento a otro le colocó la bolsa en la cabeza. Por supuesto, Memo reaccionó al mínimo contacto, dejando caer justo la parte de abajo del pan que contenía la carne y quedándole en la mano aquella mitad llena, repleta, rebosante de mayonesa. Acto seguido, en medio de las risas torrenciales de Marcello y compañía, Guillermo espetó:
-¡Cagaste, Hansen!
Luego, con violencia, con la extrema fuerza que El Absurdo poseía, aventó la mitad de pan con mayonesa a la pared del fondo de la sala. Todos pensamos que se trenzarían a golpes, pero en cambio Guillermo salió del salón, se dirigió a inspectoría y acusó a su compadre-enemigo. En ese momento apareció Pipe, que había contenido las risas pues le parecía una situación bastante delicada. Al primero que encontró en el camino fue a un Marcello, que se había inclinado boca abajo sobre un banco y al que se le salían las lágrimas de la risa:
-Oye, mongólico, deja de reírte. Encuentro nada que ver que le boten su comida–empezó a gritar Pipe, enojado–. Está bien hacerle una broma de vez en cuando, pero se pasaron, son maricones, la verdad. No se merece algo así, la cagaron, qué cabrones...
Marcello seguía riendo, era una risa imparable, una risa sin fin. Una risa como venida de lo más hondo de las entrañas.
-Pero mira… –alcanzó a reclamar, tratando de calmar a su amigo.
-Pero mira, nada –dijo Pipe–. Son súper mala onda, todos. Este idiota por ponerle la bolsa en la cabeza y tú por cagarte de la risa con la desgracia ajena. ¿Te gustaría que alguien viniera y te…
Fue entonces cuando, sacando fuerzas de flaqueza, Marcello le gritó, indicando la pared:
-¡Pero mira! ¡¡¡MIRA!!!
Lo que allí había era la mitad del pan que Memo había arrojado totalmente endosada al muro, pegada de tal forma por el exceso de mayonesa que ni el viento, ni los movimientos de los compañeros, ni siquiera un golpecito leve, podían mandarla abajo. Estaba de tal forma adherida que parecía parte del decorado de la sala. Pipe trató de contenerse, pero su reclamo poco a poco se fue agrietando:
-Igual encuentro que mj… encuentro nada que ver… jejeje… es que de verdad, son maricones porque… jajajajajajaja.Es que imagínenselo o recuérdenlo: un… pan de hamburguesa… asqueroso de mayonesa… pegado… a… una… pared… Ahora que lo rememoramos, nos parece también una broma muy excesiva. Pero a los 15 años, ¿quién conoce el significado de la palabra piedad? Habría que preguntarle a Hansen. A ver si se pone en contacto con nosotros y nos cuenta esta maravillosa travesura desde su punto de vista.

jueves, 4 de enero de 2007

LOS TABLONES DE LA LEY

Sobre esta anécdota hay mucho paño que cortar, comenzando por las múltiples versiones que existen. Dependiendo del ángulo en que se presenció y el grado de implicación de los participantes, el “Condoro del Techo” –como se le conoce universalmente– puede tener matices y no se ha escrito todavía ninguna versión que deje 100% contentos a los “fans” de Memito.
Se difunde aquí la variante más aceptable.


1997. Segundo medio. Ocurrió un viernes, el último año en que Guillermo brilló en el “B”. ¿Qué se podía hacer con 15 ó 16 años en el cuerpo, en medio de clases en lo sumo aburridas como las de la Scuola? Pues darle ideas a Memito para que cometiera fechorías en el recreo. Nuestra sala daba a los techos de las aulas de los quintos básicos. En frente, teníamos la fachada de una casa que sirvió, ese año, para afinar nuestra puntería con los proyectiles más inverosímiles que pueden pensarse –destacando las frutas podridas y los borradores–. El caso es que en el techo había una gran cantidad de objetos capaces de darnos la más insana de las diversiones: cajas de jugo Watts, pelotas de fútbol extraviadas, lápices, cotonas, sillas rotas, papeles amuñados… y unos tablones, enormes tablones podridos por donde pasaban los auxiliares para no quebrar las planchas de pizarreño.
Hacía varios días que Guillermo venía pasándose al techo desde nuestra ventana, a veces por mera diversión, a veces porque Hansen (la otra cara de la moneda, el reverso oscuro de Memo, otro que se alza con mérito propio en cuanto condoros se trata) le arrojaba indistintamente su mochila o su chaleco. Durante el primero de los dos recreos, le propusimos a Guillermo meter a la sala uno de los tablones.
-Hecho –dijo (claro, ¿pensaban que iba a negarse?). Así que se pasó al techo y desde afuera, con ayuda de varios de nosotros, introdujo el tablón y lo dejó encima de los casilleros del fondo de la sala.
Pasó toda la hora de la clase de Italiano, con el profesor Italo Oddone, quien al ver el tablón no pudo menos que carcajearse. Luego del segundo recreo, cada quien debía asistir a una clase extra-programática distinta (Música, Técnico Manual o Arte) y dejar el salón vacío. Fue entonces cuando le sugerimos devolver el tablón al techo, para que no nos descubrieran.
Así pues, en el segundo recreo, comenzamos a devolver el tablón al techo, quedando Memito en la posición más estratégica: sosteniéndolo de frente. Alrededor había algunas manos amigas. Y es aquí donde la historia se vuelve confusa. Unos aseguran que alguien quiso gastar una broma y gritó desde la puerta: “¡Viene Sartori!” (el siniestro inspector general). Otros, que el propio Memo dijo: “Déjenme solo, yo lo bajo”. Y otros, los más cabroncetes, hablan de una conspiración tramada de antemano para dejar a Guillermo con todo el peso del tablón.
Aunque la razón está en tinieblas, lo que sucedió fue que de un momento a otro, como un estambre de abejas, todos se alejaron del tablón. Guillermo, sosteniéndolo de frente, comenzó a tiritar. La tabla, de cara a la ventana, quedó como el típico trampolín que utilizaban los piratas para lanzar a los polizontes a los tiburones. Poco a poco fue bajando, bajando, y alguien le fue diciendo al oído: “Bájala despacito, despacito, despaci…”
¡¡¡TAFFF!!! La tabla atravesó el techo de pizarreño y quedó erguida, causando estupor en los niños que jugaban en el patio de abajo. El boquete que dejó era idéntico al del Coyote, de la Warner Brothers, cuando le salían malo los experimentos. Reinó la confusión en la sala del “B”, aparecieron alumnos de otras aulas, se mezclaban las risas y los aplausos, mientras Memo, en un golpe de astucia, alcanzó a gritarle a alguien:
-¡Vigila la puerta, huevón!
Su intención era pasarse al techo a sacar la tabla, pero los nervios lo traicionaron. Tratando de bajar despacio, afirmándose de un tubo oxidado del alcantarillado, fue a dar con todo su peso al techo, abriendo otro hoyo con su pie izquierdo. Nuevamente, pensó rápido:
-¡Deprisa, el bote de basura!
Le hicieron llegar el tacho de los desperdicios, y con los mismos tapó el orificio del pie. Luego, con la tabla de la discordia, cubrió el orificio grande. Después cada quien tomó sus pertenencias y se fue a su respectiva actividad extra-programática. Pero nada volvió a ser igual: sabíamos que habíamos presenciado algo grande, algo que modificó nuestras vidas. Durante el fin de semana no hicimos más que comentar el episodio, y esperamos ansiosos –por una sola vez en nuestras vidas– que llegara el lunes para ir al colegio. Sabíamos que Guillermo iba a scout el sábado, y pensamos que algo haría en el techo.
Pero misteriosamente, vimos que la plancha de pizarreño con el boquete había sido reemplazada por una similar, de plástico duro. Fuimos donde Guillermo y le preguntamos, y juró su inocencia. El asunto entonces, se tornó detectivesco: ¿quién demonios cambió la plancha?, ¿cómo se dieron cuenta tan pronto del incidente? Y, ante todo, ¿cómo nadie reclamó por el condoro, siendo tan evidente y teniendo las compañeritas chismosillas que teníamos?
Misterio por resolver.