martes, 9 de enero de 2007

PATY’S HAMBURGUER IN THE WALL

Aunque Segundo Medio fue el momento “di massimo splendore” de Memito (según la jerga que utilizaba el profesor Oddone cuando nos enseñaba Il Rinascimento), en los años anteriores hubo muchos episodios dignos de destacarse, sobre todo algunos que tuvieron a su secuaz Hansen como protagonista y victimario.
Éste es uno de ellos. Pónganse cómodos. Apaguen el televisor, dejen los apuntes de lado, llamen después a sus noviecitas. Lo que leerán no tiene precedentes.
Primero Medio, es decir 1996, ya aventuraba muchas de los “capolavoros” de Guillermo. No sólo de aquéllos que él podría realizar de manera independiente (el techo, el power-ranger, el paraguas de Morán), sino de aquellos en los que jugaba más un papel de víctima. Ante todo hay que decir que, exceptuando la mala leche y el cinismo de un compañero al que conocían como El Mono, en ninguno de nosotros había maldad cuando se trataba de hacerle alguna travesura a Memo. Hansen –también conocido como Hanseleta, Taquinerd, Enano chupa-dick, Ruso, Pendejito subordinado y Papi Riqui, en su momento– estaba dentro de este grupo. (Nota: más adelante se detallará la extraña relación de amor-odio, de compadres-enemigos que existía entre los dos). Por el momento, hay que quedarse con la idea de que Hansen era muy amigo de Guillermo, pero si encontraba la oportunidad de incitarlo a un condoro o de provocarle alguna molestia, no se resistía.
El caso es que un buen día, Hansen había ideado una broma macabra: ponerle una bolsa de supermercado de sombrero a Guillermo. Nunca hubo ánimo de asfixiarlo, sólo de ridiculizarlo. Memo, por ese entonces, llevaba casi siempre de almorzar las muy populares Hamburguesas Paty. Sólo Dios sabe cómo podía comerlas, ya que su merienda constaba únicamente del pan, mucha –pero en verdad, mucha, o sea toneladas– de mayonesa y aquella carne molida de estómago de gato del Mapocho (claro, ¿de qué pensaban que estaban hechas las hamburguesas congeladas? ¿De carne de vacuno? Mj… mja… mjajaja… guaajajajajajaja).
En el recreo para almorzar, a eso de las 14.15, Guillermo había sacado su hamburguesa Paty y se la comía tranquilamente de pie, acodado en los lockers al fondo de la sala. Fue entonces cuando Hansen, haciendo gracia de toda su habilidad como ninja, se acercó por detrás sin ser visto y de un momento a otro le colocó la bolsa en la cabeza. Por supuesto, Memo reaccionó al mínimo contacto, dejando caer justo la parte de abajo del pan que contenía la carne y quedándole en la mano aquella mitad llena, repleta, rebosante de mayonesa. Acto seguido, en medio de las risas torrenciales de Marcello y compañía, Guillermo espetó:
-¡Cagaste, Hansen!
Luego, con violencia, con la extrema fuerza que El Absurdo poseía, aventó la mitad de pan con mayonesa a la pared del fondo de la sala. Todos pensamos que se trenzarían a golpes, pero en cambio Guillermo salió del salón, se dirigió a inspectoría y acusó a su compadre-enemigo. En ese momento apareció Pipe, que había contenido las risas pues le parecía una situación bastante delicada. Al primero que encontró en el camino fue a un Marcello, que se había inclinado boca abajo sobre un banco y al que se le salían las lágrimas de la risa:
-Oye, mongólico, deja de reírte. Encuentro nada que ver que le boten su comida–empezó a gritar Pipe, enojado–. Está bien hacerle una broma de vez en cuando, pero se pasaron, son maricones, la verdad. No se merece algo así, la cagaron, qué cabrones...
Marcello seguía riendo, era una risa imparable, una risa sin fin. Una risa como venida de lo más hondo de las entrañas.
-Pero mira… –alcanzó a reclamar, tratando de calmar a su amigo.
-Pero mira, nada –dijo Pipe–. Son súper mala onda, todos. Este idiota por ponerle la bolsa en la cabeza y tú por cagarte de la risa con la desgracia ajena. ¿Te gustaría que alguien viniera y te…
Fue entonces cuando, sacando fuerzas de flaqueza, Marcello le gritó, indicando la pared:
-¡Pero mira! ¡¡¡MIRA!!!
Lo que allí había era la mitad del pan que Memo había arrojado totalmente endosada al muro, pegada de tal forma por el exceso de mayonesa que ni el viento, ni los movimientos de los compañeros, ni siquiera un golpecito leve, podían mandarla abajo. Estaba de tal forma adherida que parecía parte del decorado de la sala. Pipe trató de contenerse, pero su reclamo poco a poco se fue agrietando:
-Igual encuentro que mj… encuentro nada que ver… jejeje… es que de verdad, son maricones porque… jajajajajajaja.Es que imagínenselo o recuérdenlo: un… pan de hamburguesa… asqueroso de mayonesa… pegado… a… una… pared… Ahora que lo rememoramos, nos parece también una broma muy excesiva. Pero a los 15 años, ¿quién conoce el significado de la palabra piedad? Habría que preguntarle a Hansen. A ver si se pone en contacto con nosotros y nos cuenta esta maravillosa travesura desde su punto de vista.

jueves, 4 de enero de 2007

LOS TABLONES DE LA LEY

Sobre esta anécdota hay mucho paño que cortar, comenzando por las múltiples versiones que existen. Dependiendo del ángulo en que se presenció y el grado de implicación de los participantes, el “Condoro del Techo” –como se le conoce universalmente– puede tener matices y no se ha escrito todavía ninguna versión que deje 100% contentos a los “fans” de Memito.
Se difunde aquí la variante más aceptable.


1997. Segundo medio. Ocurrió un viernes, el último año en que Guillermo brilló en el “B”. ¿Qué se podía hacer con 15 ó 16 años en el cuerpo, en medio de clases en lo sumo aburridas como las de la Scuola? Pues darle ideas a Memito para que cometiera fechorías en el recreo. Nuestra sala daba a los techos de las aulas de los quintos básicos. En frente, teníamos la fachada de una casa que sirvió, ese año, para afinar nuestra puntería con los proyectiles más inverosímiles que pueden pensarse –destacando las frutas podridas y los borradores–. El caso es que en el techo había una gran cantidad de objetos capaces de darnos la más insana de las diversiones: cajas de jugo Watts, pelotas de fútbol extraviadas, lápices, cotonas, sillas rotas, papeles amuñados… y unos tablones, enormes tablones podridos por donde pasaban los auxiliares para no quebrar las planchas de pizarreño.
Hacía varios días que Guillermo venía pasándose al techo desde nuestra ventana, a veces por mera diversión, a veces porque Hansen (la otra cara de la moneda, el reverso oscuro de Memo, otro que se alza con mérito propio en cuanto condoros se trata) le arrojaba indistintamente su mochila o su chaleco. Durante el primero de los dos recreos, le propusimos a Guillermo meter a la sala uno de los tablones.
-Hecho –dijo (claro, ¿pensaban que iba a negarse?). Así que se pasó al techo y desde afuera, con ayuda de varios de nosotros, introdujo el tablón y lo dejó encima de los casilleros del fondo de la sala.
Pasó toda la hora de la clase de Italiano, con el profesor Italo Oddone, quien al ver el tablón no pudo menos que carcajearse. Luego del segundo recreo, cada quien debía asistir a una clase extra-programática distinta (Música, Técnico Manual o Arte) y dejar el salón vacío. Fue entonces cuando le sugerimos devolver el tablón al techo, para que no nos descubrieran.
Así pues, en el segundo recreo, comenzamos a devolver el tablón al techo, quedando Memito en la posición más estratégica: sosteniéndolo de frente. Alrededor había algunas manos amigas. Y es aquí donde la historia se vuelve confusa. Unos aseguran que alguien quiso gastar una broma y gritó desde la puerta: “¡Viene Sartori!” (el siniestro inspector general). Otros, que el propio Memo dijo: “Déjenme solo, yo lo bajo”. Y otros, los más cabroncetes, hablan de una conspiración tramada de antemano para dejar a Guillermo con todo el peso del tablón.
Aunque la razón está en tinieblas, lo que sucedió fue que de un momento a otro, como un estambre de abejas, todos se alejaron del tablón. Guillermo, sosteniéndolo de frente, comenzó a tiritar. La tabla, de cara a la ventana, quedó como el típico trampolín que utilizaban los piratas para lanzar a los polizontes a los tiburones. Poco a poco fue bajando, bajando, y alguien le fue diciendo al oído: “Bájala despacito, despacito, despaci…”
¡¡¡TAFFF!!! La tabla atravesó el techo de pizarreño y quedó erguida, causando estupor en los niños que jugaban en el patio de abajo. El boquete que dejó era idéntico al del Coyote, de la Warner Brothers, cuando le salían malo los experimentos. Reinó la confusión en la sala del “B”, aparecieron alumnos de otras aulas, se mezclaban las risas y los aplausos, mientras Memo, en un golpe de astucia, alcanzó a gritarle a alguien:
-¡Vigila la puerta, huevón!
Su intención era pasarse al techo a sacar la tabla, pero los nervios lo traicionaron. Tratando de bajar despacio, afirmándose de un tubo oxidado del alcantarillado, fue a dar con todo su peso al techo, abriendo otro hoyo con su pie izquierdo. Nuevamente, pensó rápido:
-¡Deprisa, el bote de basura!
Le hicieron llegar el tacho de los desperdicios, y con los mismos tapó el orificio del pie. Luego, con la tabla de la discordia, cubrió el orificio grande. Después cada quien tomó sus pertenencias y se fue a su respectiva actividad extra-programática. Pero nada volvió a ser igual: sabíamos que habíamos presenciado algo grande, algo que modificó nuestras vidas. Durante el fin de semana no hicimos más que comentar el episodio, y esperamos ansiosos –por una sola vez en nuestras vidas– que llegara el lunes para ir al colegio. Sabíamos que Guillermo iba a scout el sábado, y pensamos que algo haría en el techo.
Pero misteriosamente, vimos que la plancha de pizarreño con el boquete había sido reemplazada por una similar, de plástico duro. Fuimos donde Guillermo y le preguntamos, y juró su inocencia. El asunto entonces, se tornó detectivesco: ¿quién demonios cambió la plancha?, ¿cómo se dieron cuenta tan pronto del incidente? Y, ante todo, ¿cómo nadie reclamó por el condoro, siendo tan evidente y teniendo las compañeritas chismosillas que teníamos?
Misterio por resolver.