jueves, 4 de enero de 2007

LOS TABLONES DE LA LEY

Sobre esta anécdota hay mucho paño que cortar, comenzando por las múltiples versiones que existen. Dependiendo del ángulo en que se presenció y el grado de implicación de los participantes, el “Condoro del Techo” –como se le conoce universalmente– puede tener matices y no se ha escrito todavía ninguna versión que deje 100% contentos a los “fans” de Memito.
Se difunde aquí la variante más aceptable.


1997. Segundo medio. Ocurrió un viernes, el último año en que Guillermo brilló en el “B”. ¿Qué se podía hacer con 15 ó 16 años en el cuerpo, en medio de clases en lo sumo aburridas como las de la Scuola? Pues darle ideas a Memito para que cometiera fechorías en el recreo. Nuestra sala daba a los techos de las aulas de los quintos básicos. En frente, teníamos la fachada de una casa que sirvió, ese año, para afinar nuestra puntería con los proyectiles más inverosímiles que pueden pensarse –destacando las frutas podridas y los borradores–. El caso es que en el techo había una gran cantidad de objetos capaces de darnos la más insana de las diversiones: cajas de jugo Watts, pelotas de fútbol extraviadas, lápices, cotonas, sillas rotas, papeles amuñados… y unos tablones, enormes tablones podridos por donde pasaban los auxiliares para no quebrar las planchas de pizarreño.
Hacía varios días que Guillermo venía pasándose al techo desde nuestra ventana, a veces por mera diversión, a veces porque Hansen (la otra cara de la moneda, el reverso oscuro de Memo, otro que se alza con mérito propio en cuanto condoros se trata) le arrojaba indistintamente su mochila o su chaleco. Durante el primero de los dos recreos, le propusimos a Guillermo meter a la sala uno de los tablones.
-Hecho –dijo (claro, ¿pensaban que iba a negarse?). Así que se pasó al techo y desde afuera, con ayuda de varios de nosotros, introdujo el tablón y lo dejó encima de los casilleros del fondo de la sala.
Pasó toda la hora de la clase de Italiano, con el profesor Italo Oddone, quien al ver el tablón no pudo menos que carcajearse. Luego del segundo recreo, cada quien debía asistir a una clase extra-programática distinta (Música, Técnico Manual o Arte) y dejar el salón vacío. Fue entonces cuando le sugerimos devolver el tablón al techo, para que no nos descubrieran.
Así pues, en el segundo recreo, comenzamos a devolver el tablón al techo, quedando Memito en la posición más estratégica: sosteniéndolo de frente. Alrededor había algunas manos amigas. Y es aquí donde la historia se vuelve confusa. Unos aseguran que alguien quiso gastar una broma y gritó desde la puerta: “¡Viene Sartori!” (el siniestro inspector general). Otros, que el propio Memo dijo: “Déjenme solo, yo lo bajo”. Y otros, los más cabroncetes, hablan de una conspiración tramada de antemano para dejar a Guillermo con todo el peso del tablón.
Aunque la razón está en tinieblas, lo que sucedió fue que de un momento a otro, como un estambre de abejas, todos se alejaron del tablón. Guillermo, sosteniéndolo de frente, comenzó a tiritar. La tabla, de cara a la ventana, quedó como el típico trampolín que utilizaban los piratas para lanzar a los polizontes a los tiburones. Poco a poco fue bajando, bajando, y alguien le fue diciendo al oído: “Bájala despacito, despacito, despaci…”
¡¡¡TAFFF!!! La tabla atravesó el techo de pizarreño y quedó erguida, causando estupor en los niños que jugaban en el patio de abajo. El boquete que dejó era idéntico al del Coyote, de la Warner Brothers, cuando le salían malo los experimentos. Reinó la confusión en la sala del “B”, aparecieron alumnos de otras aulas, se mezclaban las risas y los aplausos, mientras Memo, en un golpe de astucia, alcanzó a gritarle a alguien:
-¡Vigila la puerta, huevón!
Su intención era pasarse al techo a sacar la tabla, pero los nervios lo traicionaron. Tratando de bajar despacio, afirmándose de un tubo oxidado del alcantarillado, fue a dar con todo su peso al techo, abriendo otro hoyo con su pie izquierdo. Nuevamente, pensó rápido:
-¡Deprisa, el bote de basura!
Le hicieron llegar el tacho de los desperdicios, y con los mismos tapó el orificio del pie. Luego, con la tabla de la discordia, cubrió el orificio grande. Después cada quien tomó sus pertenencias y se fue a su respectiva actividad extra-programática. Pero nada volvió a ser igual: sabíamos que habíamos presenciado algo grande, algo que modificó nuestras vidas. Durante el fin de semana no hicimos más que comentar el episodio, y esperamos ansiosos –por una sola vez en nuestras vidas– que llegara el lunes para ir al colegio. Sabíamos que Guillermo iba a scout el sábado, y pensamos que algo haría en el techo.
Pero misteriosamente, vimos que la plancha de pizarreño con el boquete había sido reemplazada por una similar, de plástico duro. Fuimos donde Guillermo y le preguntamos, y juró su inocencia. El asunto entonces, se tornó detectivesco: ¿quién demonios cambió la plancha?, ¿cómo se dieron cuenta tan pronto del incidente? Y, ante todo, ¿cómo nadie reclamó por el condoro, siendo tan evidente y teniendo las compañeritas chismosillas que teníamos?
Misterio por resolver.

2 comentarios:

Bipe y Mashó dijo...

Si me habia reido escribiendo el anterior este se paso, jajajaja. Que buen condoro, sobretodo por la forma del forao que dejo en el techo, jajaja. Siempre, pero siempre los condoros de Memin estan acompañados por hechos inexplicables, sera que hemos sido amigos siempre de un ser paranormal?

Mashó

PipeRB dijo...

Yo creo que realmente Guillermo es de otro planeta... en el peor sentido del término, se entiende. Una entidad única en su especie, el eslabón perdido pero la evolución de las criaturas venusinas. Además que siempre tenía, en los condoros más brígidos, la suerte a su favor, así que hasta ángel de la guarda tenía el niñito...

BIPE