miércoles, 10 de septiembre de 2008

MEMITO HEREJE


En nuestro colegio, las clases de religión fluctuaban entre un improvisado partido de fútbol con una caja de jugo Watt’s, dentro del salón, hasta una guerra de naranjazos mientras la profesora se giraba al pizarrón para enumerar los milagros de Jesús. Tanto era el relajo en este bloque estudiantil, que pronto la asignatura fue rebautizada como “reli-creo” y “recreo-gión”, y nadie (ni la viejita que tenía un brazo más corto, ni el viejo cuico con el poto parado que siempre decía “oyeee, la historia de la iglesiaaa data del siglo XII”, ni el viejo loco que se parecía al mago Juan Tamariz, ni la “Sarcófago”, ni Pedro Picapiedra ni el amigable —tal vez demasiado “amigable”— Richard Nikel) pudo revertir la situación.

Este texto hablará de un siniestro descubrimiento reciente. Puede que Memito, nuestro anti-héroe, comulgue y confíe en los sacramentos, pero en el fondo su espíritu es el de un hereje. Varias anécdotas de nuestra tiernísima niñez lo confirman. Y es que no habíamos descubierto, hasta hoy que tenemos un criterio (de)formado, que en nuestro inmaculado salón de clases estaba, en carne, hueso y maligno espíritu, un hereje más hereje que Demian, de The Omen, más hereje que Regan, de El exorcista, más hereje que el mismo Anton Lavey (vamos, Memito le redactó la Biblia satánica a Lavey).
¿Cómo nos dimos cuenta? Basta analizar estas aparentemente inofensivas anécdotas, de nuestro personaje en clases de Religión, para dar cuenta que estamos delante de… ¡The Lord of the Flies! (y no solamente porque nunca se bañaba).

¿Qué sentiste al hacer esta dinámica?

Las clases de religión de varios profesores estaban basadas en las nunca bien ponderadas “dinámicas” (???), jueguitos en los que todos los compañeros nos poníamos en círculo a oír canciones y comentarlas o a hablar mal de todos. En el mejor de los casos, nos sacaban al patio.
Así fue con la profesora… ¿Teresa?, ¿Silvia?, ¿Carmen? No recordamos el nombre de la recordada “Sarcófago”, una pobre señora que tenía los hombros demasiado cerca de la cabeza, una mega-verruga a un costado de la nariz y que siempre andaba con las manos juntas (la “Sarcófago” también era característica por contar tragedias familiares, como que su nana se había caído en la ducha, y chiste malos, como el clásico fosforito negro-fosforito blanco).
Ella nos preparó una dinámica de unas tarjetas de cartón, que tenían unos dibujos de niños con una palabra debajo: “Amistad”, “Engaño”, “Solidaridad”, “Egoísmo”, etc. (Nota: esta dinámica, junto con la de “Ayudemos a Pablito” de la Nonna, fueron las más absurdas de toda nuestra vida escolar).
Pregunta: ¿Quién creen ustedes que no se interesó por la dinámica ni un momento y se desatendió de la clase para ir, con su compañero Hansen, a subirse a los árboles? Así es. Estos dos engendros, durante toda la hora, se dedicaron a trepar a los frágiles árboles que decoraban nuestro patio de tierra. En uno de esos momentos, Hansen vio a Guillermo en lo más alto de una copa y se le ocurrió amarrarle los cordones de los zapatos a una rama. El pobre Memo estuvo varios minutos tratando de zafar sus zapatos de las ramas.
Al acabar la clase y el intercambio de tarjetitas, vimos con curiosidad como la mole de nuestro compañero bajaba con dificultad de los árboles, con todos los zapatos con tierra y el chaleco con ramitas y hojas. En eso, la “Sarcófago” se acerca a Memo (creemos que con total premeditación) y le pregunta: “Guillermo, ¿qué sentiste al hacer esta dinámica?”.

A todo esto, nosotros nos encontrábamos camino a los comedores del colegio, por lo tanto pudimos apreciar la escena con total exactitud. Guillermo se puso nervioso, le sudaron las manos, se acomodó el pelo, y respondió con lo único que se le vino a la cabeza: “Eeeeeeeh… no sé porque no la entendí muy bien”.
La respuesta provocó la hilaridad de sus compañeros y la consiguiente molestia. La coda de esta historia es que después, cuando ya estábamos en el recreo largo antes de tener clases con nuestro querido profesor Peter Maldonado (que por cierto, recibió una vez en la escalera un dormilón de Memo, ese condoro coming soon…), jugábamos una pichanga con una caja de jugo en las bancas y le preguntamos a Memo, imitando a la profesora: “Oye, Guillermo, ¿qué sentiste al hacer esta dinámica?”. Ahora, sin ningún nerviosismo, su respuesta, segura y certera y tan ”memesca”, fue:
“QUE ME LA SHUUUPABAN”

Una torre alta, fuerte y hermosa

Nunca como antes habíamos disfrutado una clase de reli-creo hasta la llegada de Richard Nikel, y no por la clase, sino por lo estrambótico del sujeto que teníamosdelante: alto, flaco, de ojos siempre vidriosos y una voz, ¿cómo decirlo?, como si siempre le estuvieran apretando elquetedije. El caso es un día que el profesor Nikel nos hizo traer una cartulina y formó grupos de trabajo. Nuestro grupo estaba groseramente integrado por 8 personas: Memo, Marshó, Pipe, Cristobalín, Lucho, Peto, Mono y Hansen. El profesor dio una instrucción del todo extravagante: “Con la cartulina tienen que hacer una torre… pero no cualquier torre… esta torre debe ser: ALTA… FUERTE… Y HERMOSA”.
Por supuesto, ante la ambigua instrucción, la primera reacción fue una risotada general, pero luego los ñoños se aplicaron para hacer, de la mejor manera posible, el trabajo manual-religioso, así que no quedó de otra. En nuestro grupo trabajaron sólo tres personas (en este orden jerárquico): Marshó (que, con su habilidad de siempre, agarró la cartulina roja y la convirtió no en una torre, sino en un castillo, mejor que el de Magic Kigdom); Pipe (que en las pequeñas ventanas dibujó la caricatura de todos los miembros del equipo) y Peto (que en la base de cartón donde estaba sostenido el castillo se dedicó a pintar consignas obscenas y a escribir los nombres de grupos de rock, como Metallica y AC/DC).
Mientras otros tenían una cartulina amarilla enrollada con un globo encima (al que le habían pintado una carita de gato), nosotros habíamos construido un reino… el reino de la herejía, pues inmediatamente después que el profesor Nikel nos evaluara (“Mmmm… no es una torre, es un castillo… ¡mal!”), el buen Memo tomó el trabajo, lo lanzó por los aires y, con la manota característica, le dio de puñetazos apurando la llegada del castillo al suelo. Así, hasta que el trabajo quedó inservible. ¿Lo hizo por rabia ante la calificación? No, por hereje nomás.

La condena final al infierno (Cordero de Dios)

Cualquiera podría sentirse ofendido con la siguiente anécdota. Es que, en verdad es muuuy fuerte. Un día, como en séptimo básico y a pito de nada, Guillermo inventó una coreografía basándose en “Cordero de Dios”, la clásica canción que tocan en la Iglesia cuando la gente se levanta a comulgar. ¿La recordáis? “Cordeeero de Diooos que quitas el pecaaado del mundooo… daaanos la paaz”. Bien, en medio del salón, Memito se ponía a danzar de la siguiente manera (traten de imaginárselo):

1. Con la estrofa “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”, nuestro anti-héroe aplaudía una vez y se pegaba con la mano izquierda en el cachete del poto izquierdo. Luego repetía la secuencia a la derecha.

2. Con el verso “Danos la paz”, Guillermo pasaba su dedo índice de izquierda a derecha con el brazo derecho y viceversa, en clara alusión a Tony Manero de Fiebre de sábado por la noche.

3. Finalmente, en “Ten piedad de nosotros”, el hereje levantaba las manos al cielo como evangélico, y luego las dirigía a sus gónadas, de una manera tan extraña que parecía como si se metiera las manos en un agujero que tuviera allí.

Padre, padre... perdónalo, porque no sabe lo que hace.

jueves, 4 de septiembre de 2008

DOBLE VERGUENZA

Guillermo no solo era un imán del desastre y un as de lo absurdo, muchas veces era víctima de bromas o ingenuas trampas que le tendíamos muchos de nosotros. Siempre buscando la manera que el saliera perjudicado o quedara en ridículo.

Un día común y silvestre de clases, cuando cursábamos 7° u 8° básico, salíamos a recreo y mientras bajábamos al patio uno de nuestros compañeros dijo: Oigan, Guillermo anda con el pantalón un poco rajado. Nadie había notado el rajón, porque este media unos pocos centímetros, pero nada despreciable para la oscura broma que Hansen le tenía preparada.
Llegando al primer piso y frente a la escalera Hansen comenzó a decirle a Guillermo: ¿Enfermo? ¡Que te apuesto que no podí levantar la pata más arriba que yo! Acto seguido el retador levanto la pata casi a la altura de su cabeza, asiendo alarde de sus buenos dotes para el deporte y su agilidad. Memito, siempre desafiante y contrario a su compañero, acepto el desafío diciendo: ¡Seguro que si po, que fácil! Memito levanto su pierna rápidamente, con esa elasticidad media amorfa que lo caracterizaba, y se escucho un agudo sonido que retumbo por todo el espacio: Jrrrrrr!!!!! Su pantalón se había terminado de descoser.

Memito se quedo paralizado con cara de sorpresa y angustia, cuando escucho un grito no menos a agudo que el anterior: ¿Borzacchini, cosa ai fatto? Era nuestra profesora de italiano de esos años, Andreina Caffese, que oyendo tal ruido y viendo el gesto de Memin solo imagino que nuestro querido amigo había soltado un estruendoso gas, poniéndose Guillermo muy nervioso, avergonzandose pese a no haber hecho nada semejante.

La profesora se retiro y todos nos volvimos nuevamente a Memito para ver en qué grado había salido perjudicado y la verdad queridos lectores, yo nunca en mi vida he visto algo semejante: el pantalón prácticamente se partió en dos, se rajó desde el cinturón hasta donde comienza el cierre, pero lo más increíble y que aun no me explico, es que el celeste y ajustado slip que llevaba Guillermo ese día se rajo de la misma manera, quedando con toda su intimidad al descubierto, causando aun más risas y la sorpresa de todos. Yo estuve ahí y sobreviví para contarlo.

UNA ASPIRINA PARA EL POBRE RANGER!

El escenario una vez más las aulas de la Scuola Italiana, pero no una cualquiera, la amplia y aislada aula de técnico manual, más conocida como El Taller de Navarro.
En esa época, a mediados de los ’90, se estilaba tener clases de técnico manual en las tardes, después de almuerzo, lo que obviamente no beneficiaba el orden y la atención de nosotros los alumnos, ya cansados, aburridos y con la típica “echada de yegua” que da a la hora de la siesta. Por lo mismo nadie tenía muchos ánimos de trabajar: usualmente matábamos el tiempo conversando, jugando o haciendo travesuras. La verdad no era mucho lo que podíamos hacer bajo la atenta mirada inquisidora de nuestro querido profesor Jorge Navarro, sin embargo una hora antes de terminar la clase dicho profesor se retiraba de la sala para ir a la inspectoría del 2° piso a buscar el libro de clases, recordemos que el taller de técnico manual se ubicaba aislado del edificio principal en un rincón del terreno que ocupaba el establecimiento. Eran esos pocos minutos, escasos 10 minutos, en la que podíamos llevar a cabo las más locas y desenfrenadas estupideces.

Ese día, antes de comenzar la clase y mientras entrabamos a la sala, nos dimos cuenta de un nuevo compañero de nuestro profesor, una figura Power Ranger de unos 15 cm. Era el Power Ranger rojo, héroe infantil de aquella época. Este juguetito, que solo movía la cabeza de un lado al otro, había sido regalo de uno de sus alumnos más pequeños, como una ejemplar muestra de cariño al docente, este adornaba, sentado en un clavo, el marco del pizarrón. Sin embargo, imaginaran quien no aprecio dicho gesto de ternura y amistan entre alumno y profesor: Memito, apenas se retiro el profesor, tomo en sus manos dicho juguete comenzando a examinarlo visualmente y sin pensarlo dos veces exclamó: ¡Tírenmelo y yo lo bateo!

Antes de contar lo ocurrido vale la pena describir un poco el contexto: mas menos 10 alumnos, todos hombres mirando la escena y alentando la acción de sus personajes; el taller, de una dimensión de unos 8 x 8 metros iluminado solo por la luz que entraba por las ventanas; el mobiliario, compuesto principalmente por grandes tableros azules y una serie de mesones de madera que se amontonaban en el fondo de la sala junto a grandes maquinas carpinteras, trabajos de otros alumnos, estantes, etc … la verdad un desorden general.

Guillermo se situó sobre la tarima que antecedía al pizarrón, quedando enaltecido, en sus manos tomaba fuertemente una regla de unos 80 cm de largo, esta no era una regla cualquiera, era una de acero macizo de un color café oscuro y una sección considerable de 5x1 cm. Memo volvió a exclamar con más fuerza: ¡Ya po, tírenmelo! Uno de nosotros (y si alguien recuerda quien fue por favor lo informe) le aventó dicho superhéroe, el cual fue alcanzado por el torpe bateador pero no de lleno, exclamando todos: ¡Strikes One! Mientras veíamos como el Power Ranger tomaba una trayectoria semi-circular hacia atrás. Al ver la poca pericia del jugador, este humilde narrador, Marcello Davico, le dijo a Memito: oye, tienes que pegarle con el lado ancho para mandarlo lejos.

Una vez más Memo exclamo: ¡Ahora sí, tíralo de nuevo! Y tal cual como había instruido a Memin el golpe fue seco. El Power Ranger salió volando y desapareció en el bosque que formaban las patas de los mesones que se amontonaban al final de la sala, todos reíamos. Guillermo preocupado, y en una reacción felina muy característica de él cuando se veía en apuros, comenzó a correr rápidamente los mesones de madera encontrando rápidamente la valiosa figura y la empuño por su torso cual espada diciendo: Uf, menos mal. Apenas dicho esto se percato que todos continuábamos riendo a carcajadas y aun más fuerte que antes, fue así como Memin desvió su mirada al juguete y, al igual que todos nosotros, se percato de lo ocurrido, el Power Ranger estaba decapitado, sin su pequeña y frágil cabeza. Guillermo comenzó a sudar frio y comenzó a gritar mientras le tiritaba la voz: ¡La cabeza, busquen la cabeza, el viejo me va a matar! Hay que decir que cuando Memo se veía en estas situaciones límites su voz parecía agarrar un marcado acento venezolano fruto de su estadía en dicho país. Mientras todos intentamos buscar la cabeza, inútil esfuerzo porque todos teníamos los ojos llorosos de tanta risa, alguien exclamo: ¡Ahí viene el viejo! Y las carcajadas fueron mayores mientras Memito descubrió que no tenía más remedio que confesar el pecado al profesor o hacerse el tonto, obviamente la decisión fue la segunda, por lo que dejo el Power Ranger donde estaba inicialmente y, reemplazando la cabeza, colocó indiscriteriadamente una pequeña flor seca roja, de estas que se utilizan para ambientar maquetas.

El profesor no se percato del crimen, incluso llego a escribir en el pizarrón frente a la figura, causando las nerviosas risas de todos y revolviendo el estomago de Memin. Apenas sonó el timbre marcando las 16:15 todos nos retiramos aun riendo por lo que acabábamos de vivir, incluso Memito ya relajado por haber salido sin problemas. La semana siguiente entramos nuevamente al taller, percatandonos que otros alumnos habian reemplazado la florcita por una tiza con una cara de caricatura dibujada, y descaradamente le preguntamos a Navarro: Oiga profesor, ¿Y qué le paso al monito? Y nuestro profesor exclamo, en su típico tono “docto” y amanerado: No se que le habrá sucedido a ese Ranger.




martes, 2 de septiembre de 2008

RECUERDOS DEL COMPADRE LUCHO

¡¡¡Tiemblen otros blogs de tendencias puritanas, amigables y que apelan al bien común!!!

¡¡¡HEMOS REGRESADO!!!

Todo gracias a la gestión de un antiguo amigo, Lucho Barbieri, alias “Turbina”, quien se encontrara con esta página y procediera gentilmente a facilitarnos más recuerdos sobre los condoros de este personajón, de este insigne maestro de lo absurdo, de… Memo, quien más.
Nos tomamos la libertad de enumerar el mensaje de nuestro amigo, y complementarlo con detalles que vuelven más sabrosos los episodios.

RECUERDO nº 1: PANCORAZOS

(Nota: el buen Lucho utiliza el término “dormilón”. Es más exacto decir “pancorazo”, ya que “dormilón” es el acto de acercar violentamente el puño al brazo de un compañero; mientras “pancorazo” es reventarle el muslo al mismo compañero, pero con la rodilla, como describe la foto)

Volvíamos del taller de técnico manual del profesor Navarro, ubicado a escasos metros del edificio principal del colegio, cuando al llegar a la sala, “Hansen le pegó un dormilón en un pierna y este huevón quedo pa’ la cagada y se apoyó en un banco quejándose. Acto seguido el Peto vio esta escena tomo vuelo y le pegó otro dormilón pero en la otra pierna jajaajajajajajaj y el Memo cayó al suelo y todos nos cagamos de la risa viendo al Memo botado”. En eso, se asoma al salón nuestra queridísima profesora de matemáticas, Teresa Oliver, alias Peter Rock, y pregunta: “¿Qué hace ese niño en el suelo?”, a lo que contesta Marcello: “No se preocupe, profesora, se cayó solo”.

RECUERDO nº 2: LA MOCHILA NEGRA


Las mochilas de Guillermo duraban menos que la alegría del triste. Hubo una de todos colores que la destripamos y cada uno de nosotros se quedó con un trozo; luego, un bolso de gimnasia que le colgamos del palo de la cortina y que se encargó de doblar un tenedor en el Stadio Italiano (la pandilla mediante). Pero la que más se acuerda el buen Lucho, es de la mochila negra: “Le rayábamos todos los días la mochila al pobre Memo y le dibujábamos telarañas, hasta que de tanto hacer lo mismo y por tratar de hacer algo distinto en su mochila le cortamos los tirantes con una tijera, jajaajajaja”. Lo del corte de los tirantes se produjo porque había uno que estaba suelto, y Marcello lo convenció y le dijo: “Mira, se ve espantoso, por qué no se lo cortas”, y él mismo agarró las tijeras pero cortó el equivocado. Al final, se fue a su casa con la mochila como si llevara una guagua.

RECUERDO nº 3: EL PIANITO ORIENTAL


Lucho escribe: “¿Te acordai del piano amarillo que traía a clases de música? Yo le ponía música china a este huevón y se ponía a bailar cada vez que lo hacía sonar. Hasta que un día, de tanto hacerle sonar la musiquita pescó mi piano y le pegó un combo y me lo hizo mierda. Yo después lo arregle en mi casa y le puse un parlante de un equipo (me creía maestro)”. El baile que hacía Memo al escuchar la clásica musiquita del teclado de Lucho era el de un luchador de sumo. Ahora bien, cada vez que Memo agarraba a puñetazos el pianito, la música sonaba como disco viejo, rayado, el típico LP sonando cuando el tocadiscos se está quedando sin cuerda.

Gracias, compañero, esperamos seguir contando con tu apoyo para futuras aportaciones condorísticas.

viernes, 13 de abril de 2007

ANÉCDOTAS CON LA VIEJA NELLY (I): LA BOLSA DE MEADO






La señora María Nelly es un personaje esencial en esta novela épica que tiene a Guillermo como el protagonista que salva doncellas y endereza entuertos. La señora Nelly (alias, la Vieja Nelly), era la señora del transporte escolar (taxi) en el cual Pipe, Marcello y, por supuesto, Mr. Condoro se iban en su tierna infancia. En verdad, todas las travesuras de Guillermo en el transporte escolar de la “Vieja Nelly” representan un universo paralelo, una dimensión alternativa a lo que aquí se ha contado, e irán parceladas poco a poco en estos apartados. Vamos por el primero. La bolsa de meado.

Una tarde cualquiera, volviendo del colegio a eso de las dos y media de la tarde, todos los niños y niñas que la Señora Nelly llevaba a sus casas jugaban en la parte posterior de su singular transporte escolar. Unos hacían sus deberes, otros pensaban en el fin de semana y Guillermo… pues Guillermo tenía desde hacía una hora unas intensas –¡qué digo intensas, intensísimas!– ganas de orinar. Sucedía que antes de subirse al taxi, al menso se le había olvidado a vaciar la vejiga en el urinario, y mientras transcurrían los minutos todos presenciábamos que su otrora expresión de felicidad y amistosidad iba mutando hacia un desencajamiento de mandíbula y achinamiento de ojos notable. Fue entonces, en medio de una conversación que seguramente versaba sobre pruebas, juegos de Super Nintendo o mujeres, que Guillermo soltó una frase de consternación:
-Estoy que me meo…
Nadie le dio mucha importancia en ese momento, menos la señora Nelly, quien nunca se caracterizó mucho por tener sus cinco sentidos puestos en la parte posterior de su vehículo. Pasados unos minutos, Guillermo se llevó las dos manos a las gónadas:
-Señora Nelly, por favor pare…
-¿Qué pasa? –quiso saber la dependienta del taxi.
-Es que… tengo una emergencia.
El transporte escolar dio la vuelta en Alonso de Córdoba. Allí la señora Nelly iba a dejar a una niñita de unos 10 años a su casa. Memo, entonces, tuvo una idea:
-Oye –le preguntó a la niñita– ¿me prestarías el baño de tu casa?
-No –contestó tajantemente. Memo y los demás se quedaron impresionados con la resolución de la pendex.
-Es que de verdad me estoy haciendo…
-¡No! –repitió. Tomó su mochila y se bajó corriendo hacia su casa. Quién sabe si por orgullo o por una verdadera necesidad de mear, Guillermo se bajó del transporte y la empezó a perseguir:
-¡Préstame el baño! ¡Préstame el baño!
Dentro del transporte las carcajadas eran generales. La pendex logró introducirse en su casa cual cometa y Guillermo, ya a punto de regar la maceta, profesó a plena luz del día y en el barrio alto, un acto anarquista: comenzó a hacer pichí en unas enredaderas de afuera de la casa de la afectada. La señora Nelly, todavía sin entender lo que pasaba, le tocó la bocina para que subiera otra vez y puso en marcha el vehículo. Memo, entonces, corrió hasta el taxi y se subió de un salto. Su amigo Pipe quiso saber lo acontecido:
-¿Y? ¿Evacuaste?
-No pude, huevón. Cuando haces un poquito de pichí y te reprimes, te dan más ganas todavía.
Entre risa y risa supimos que la estaba pasando realmente mal. Le dijimos a la señora Nelly si podía parar y se negó. Le preguntamos, entonces, si dejaba que Guillermo meara por una pequeña abertura que había en la puerta corrediza, pero arguyó un moralismo de buenas costumbres e higiene dignas de una estudiante de nutrición. Así que Rodrigo Araya (hermano del buen Cristián “Canalla” Araya y bautizado por un tic nervioso con el seudónimo jocoso de “Vivos Labios”) le extendió una bolsa de plástico:
-Toma, si quieres mea aquí.
Fue así como nuestro héroe, en mitad del transporte escolar, sacó su herramienta (bueno, su herramientita) y la colocó dentro. Acabó llenándola completa, con tan mala suerte que la bolsa tenía un agujero por donde los orines comenzaron a chorrear. Todos gritaron, desesperados:
-¡Tira esa wea, tira esa wea!
El pichí de Guillermo olía a espárragos y tenía un olor amarillo cafesoso, como si hubiera tenido hepatitis. Al final, terminó arrojando la bolsa por la ventana.
¿Fin?
¡No!
Las risas fueron en aumento por lo que había sucedido, como si se tratara el final de una comedia muy buena. Pero nadie sospechó en ese minuto que esa comedia tendría una coda inmediata. Después de un rato, en el que todos trataban de golpear el vientre de nuestro amigo y de decirle al oído el clásico “pssts”, “psst”, Memo volvió a la carga:
-Todavía tengo ganas.
Fue su amigo Pipe quien acudió al rescate, acordándose de que su mamá siempre le enviaba la merendina en una bolsa Ziploc. En esa bolsa buena, de plástico duro, Memo meó a sus anchas y hasta tuvo tiempo de sellarla.
-Bueno –dijo– ¿qué hago con esto? –preguntó a los presentes. Y uno de los contertulios (da igual quién, cualquiera era bueno dando ideas) le sugirió:
-¿Por qué no se la tirai’ a alguien?
El resto fue esperar el momento indicado y a la persona adecuada. Como víctima fue elegido un tractor con unos obreros alrededor, quienes, en pleno día de sol, recibieron una cálida y memiosa lluvia dorada.

lunes, 26 de marzo de 2007

ODDONISMOS


VS.



Éstas son apenas tres historias de la maquiavélica pero solidaria relación que se forjó entre el profesor de Italiano e Storia Universale, Italo Oddone y… ése mismo, po. Maquiavélica, porque el profesor Oddone una vez que comenzó a lidiar con Guillermo, ya no pararía hasta bien entrada la enseñanza media. Solidaria, porque… eh… ¡porque cómo no va a ser solidario que un tipo regañe a nuestro más querido amigo para beneficio de nuestra risa!

EL BANCO

De una u otra manera, Guillermo siempre estaba fastidiando en clase. Ya fuera porque pegaba papelitos con saliva en el techo, jugaba uno y uno con su amigo Hansen o no tomaba apuntes. El caso es que en octavo básico (1995), un día al profesor Oddone se le colmó la paciencia. Después de haberle advertido largamente de que dejara de molestar, simplemente se acercó al banco de Guillermo, lo levantó, lo sacó por la puerta y lo instaló en el pasillo. Acto seguido, obligó a Memo (que para ese entonces había quedado sentado en medio de la nada) a tomar su silla y a salir a la intemperie.
-¿Pero cómo voy a tomar apuntes? –reclamó airado nuestro héroe.
-Es tu problema.
Así fue como lo que quedaba de clase, Guillermo tenía que levantarse del banco que estaba ubicado en medio del pasillo, entrar en la sala, mirar lo que había escrito el profe en la pizarra y volver a salir, para anotar en su cuaderno. Las burlas que le prodigaban Marcello, Pipe, Cristóbal, Hansen, Peto y Lucho cada vez que entraba eran respondidas por uno de sus dedos levantados. El que adivine cuál era se gana un premio.

EL STICK FIX

Todos, pero absolutamente todos en el salón jugamos alguna vez a hacer telarañas con el stick-fix. Simple: nos embadurnábamos el dedo pulgar e índica con la goma blanca, jugábamos con ella un rato como si se tratara de un moco y cuando comenzaba a hacerse hilachas, poníamos el stick fix de cabeza para hacerle telarañas en la parte negra que se giraba.
Se reitera: todos lo hacíamos. Pero, ¿a quién tenían que sorprender? Nuevamente, en una clase de Storia, ya más grandes (octavo básico o primero medio), Guillermo dedicaba por completo su atención a hacer telarañas mientras el profesor pormenorizaba la estructura de gobierno europeo en la Edad Media. Para comprender la gracia de esta historia, hay que tener en mente ambos planos: el profesor sentado hablando, girando la cabeza de un lado y otro (es decir, dándose cuenta de que Memo estaba haciendo telarañas) y Guillermo acometiendo la proeza del stick fix. Habla Oddone:
-Allora, ragazzi, i servi della gleba e i vasallagi non avevano privilegi, perchè nel Medioevo soltanto il Re era considerato uomo, perciò dovete tendre in conto che (y aquí su vista se centró en nuestro compañero)... GUILLERMO NON FARE CIEMEZZE!!!
¡Todo continuado!

SPORT, SPORT, SPORT

Durante una prueba de Italiano en primero medio, nuestro buen amigo Roberto Kettlum (el Peto), detuvo la redacción de su examen y miró al profesor Oddone. Llevaba una bufanda con una T.
-Profesore?
-Sí?
-Posso farli una domanda? (¿Puedo hacerle una pregunta?)
-Certo… (Claro)
-Perchè la sua sciarpa ha una T? (¿Por qué su bufanda tiene una T?)
-Perchè la persona che mi l’ha fatto mi diceva “Talo” (Porque la persona que me la hizo me decía “Talo”).
-Ahhh… entonces de chico a usted le daban mucha leche Calo… (en español original).
Eso dio pie para que de ahí en adelante nos fijáramos más en la vestimenta del profesor Oddone. Fue así como en una oportunidad, entró a la sala con un suéter azul con tres líneas horizontales blancas, que le llegaba más abajo del cinturón. En cada línea decía la palabra “Sport”. Entonces Guillermo, durante toda, pero toda la hora de clases, estuvo mirando el suéter desde la primera línea blanca hacia abajo y susurrando (la última línea hay que leerla con la entonación de Beavis, del clásico programa Beavis&Butthead de MTV):

SPORT…
SPORT…
SPORT…
¡BOINGGG!

Hay otras anécdotas memorables del profesor Oddone, como la de las salchichas San Jorge o cuando le echó al pasillo los zapatos a Lucho Barbieri. Quizás las repasemos en este mismo blog como bonus track en algún minuto.

viernes, 23 de marzo de 2007

CUANDO LAS PALMERAS SE QUEDARON SIN FRUTOS

(O el descoque en tres episodios)

Ni el Señor de los Membrillos, ni Star Wars, ni Los Muertos Vivos de George Romero se igualan a esta trilogía. El maestro Davico, en un momento de lucidez genial –sí, los tiene a ratos–, detectó una característica esencial de los juegos infantiles masculinos: por definición, tienden al contacto físico mediante la agresión. Y no sólo eso: ese contacto violento casi siempre se produce en determinada zona de la anatomía masculina que, al ser golpeada o presionada con demasiada fuerza, arrebata la voz y los colores de la cara.
En ese sentido, dejar sin día del padre a Guillermo fue una tarea ardua en nuestra adolescencia, y no sé si la llegamos a concretarla. En cuanto a esfuerzo, eso sí, no nos quedamos cortos. Bien, nuevamente pónganse cómodos en sus butacas e imaginen que leen esto con una sinfonía de John Williams… ¡por que esto, señores, es épico!

Episodio I: Una nueva esperanza para reírnos

Primero medio, año 1996. Desde hacía semanas teníamos la manía de voltearle el banco a Guillermo cuando volviera del recreo. Así, sin más, con catorce o quince años las cosas se hacen casi sin pensarlas. Sencillamente, le dábamos vuelta el banco y quedaba con las patas hacia arriba. Por lo general, cuando Memo llegaba, encontraba la escena y nos miraba con cara de “pobres pendejos”. Pero en esa oportunidad, algo ocurrió: nos quiso seguir la corriente y se sentó en medio del banco girado. Tomó dos de las patas y comenzó a jugar a la nave espacial, como el aquel capítulo clásico del Chavo del 8 del switch.
Por supuesto, todos estábamos en el suelo de la risa. Al ver esto –y comprobar que perdía protagonismo en el curso– su inseparable (ene)amigo Hansen se acercó y quién sabe cómo deslizó una manzana –sólo la deslizó, no la arrojó– desde lo alto. El fruto rodó por el pecho de Guillermo y fue a caer justo en sus compañeros. Memo sólo se asustó, pues no hubo dolor, y se reincorporó de inmediato. El caso es que a Hansen el episodio de la manzana le dio el pie para algo mayor: tomó otra vez la fruta y ahora sí, se la arrojó con toda intención hacia “aquella zona”. Memito, en un arranque de ahbilidad, la esquivó y con voz altanera le dijo: “Ah, ¿ves? No tienes tan buena puntería”. Pero no contaba que Mono Seisdedos había presenciado toda la escena. Abriendose paso entre los que contemplabamos el espectáculo, le lanzó con todas sus fuerzas un envase de liquid paper que, cómo no, dio en el blanco.
Mientras se sostenía con ambas manos la parte afectada, las piernas de Guillermo fueron dos pilares quebrándose en un terremoto. Se fue al suelo, estrepitosamente, quedando de rodillas, pero con la cabeza inclinada, de modo tal que toda la chasca se le vino hacia delante. En ese momento, algo sucedió: la sala misteriosamente –no sabemos cómo– quedó en silencio, y fue entonces cuando Guillermo, con una necesidad horrible de expresar su dolor, comenzó a lanzar gritos de Hulk: ¡Aaaaaaaaaaaaaaaghhhhh!... ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaghhhh!

Episodio II: El corrector contraataca

Por supuesto, el episodio le había dado a los hombres del curso una pauta en la que entretenerse: intentar dejar “drilo” a Memito. Esta segunda vez lo más divertido no fueron las circunstancias alrededor, sino la reacción del afectado. Fue Marcello quien, haciendo habilidad de sus estudios de ninja, encontró en un recreo a Guillermo colocadito y ¡zácate!, le encajó otra vez la botellita de corrector en el quetejedi. Memo, esta vez, se cayó de espaldas, sosteniéndose fuertemente desde el pubis hasta el perineo con esas manotas de gorila que tenía. Pudimos, entonces, verle la cara de dolor, los ojos achinados, las mejillas desencajadas y la boca abierta gritando: “Aaaaahhhh, mis weas, mis weaaaaaaaaas… Aaaaaaaaah mis weaaaaaaaaas”.

Episodio III: El regreso del liquid

Por supuesto, esta trilogía debía tener un final apoteósico. Y sucedió un día que Guillermo, por una fractura en una pierna –qué raro, siempre pasaba con yeso– fue al colegio con un buzo azul muy holgado en vez del espantoso pantalón gris con el que nos obligaban a ir. La semana anterior había tenido lugar la Settimana della Scuola, aquella instancia ideal para que entre terceros y cuartos medios se sacaran la madre a gusto y sólo reinara el espíritu de… claro, convivencia. El caso es que Memo, junto con otros compañeros, estaba gritando afuera consignas en contra de los cuartos cuando, de pronto, todos entra en horda, como si fueran una jauría. ¿El motivo? Ellos mismos lo prodigaron: “¡Viene Sartori, viene Sartori!” (el inspector general). Una vez pasado el susto (Sartori apenas se asomó a la puerta para ver qué demonios sucedía), Guillermo deambulaba por una zona espaciada de la sala. Marcello, nuevamente, lo sorprendió con la carabina sin ningún tipo de defensa y kapput: se repitió la secuencia liquid-cocos-al suelo.
Esta vez Guillermo no gritó, no se movió, no reaccionó, no respiraba, no sentía, estaba más allá del bien y del mal. Nos acercamos a verle y estaba tirado en el suelo como dormido, como si le hubieran dado un balazo en la nuca. Después de la carcajada general nos asustamos, pues parecía haberse quedado inconsciente del dolor. Un rato después se reincorporó y tenía los ojos enrojecidos, inyectados en sangre, según se dice, aunque no tomó represalias al respecto y todo volvió a la normalidad.
Así son los amigos. Aunque hubo intenciones de hacer otra trilogía, ya no quisimos seguir alterando el flujo normal de espermatozoides en su cuerpo. De eso se encargó, tiempo después, un tal Giuseppe Ciulla, en los pasillos de los cabros chicos con una senda patadas en la entrepierna y una manopla de acero.