viernes, 23 de marzo de 2007

CUANDO LAS PALMERAS SE QUEDARON SIN FRUTOS

(O el descoque en tres episodios)

Ni el Señor de los Membrillos, ni Star Wars, ni Los Muertos Vivos de George Romero se igualan a esta trilogía. El maestro Davico, en un momento de lucidez genial –sí, los tiene a ratos–, detectó una característica esencial de los juegos infantiles masculinos: por definición, tienden al contacto físico mediante la agresión. Y no sólo eso: ese contacto violento casi siempre se produce en determinada zona de la anatomía masculina que, al ser golpeada o presionada con demasiada fuerza, arrebata la voz y los colores de la cara.
En ese sentido, dejar sin día del padre a Guillermo fue una tarea ardua en nuestra adolescencia, y no sé si la llegamos a concretarla. En cuanto a esfuerzo, eso sí, no nos quedamos cortos. Bien, nuevamente pónganse cómodos en sus butacas e imaginen que leen esto con una sinfonía de John Williams… ¡por que esto, señores, es épico!

Episodio I: Una nueva esperanza para reírnos

Primero medio, año 1996. Desde hacía semanas teníamos la manía de voltearle el banco a Guillermo cuando volviera del recreo. Así, sin más, con catorce o quince años las cosas se hacen casi sin pensarlas. Sencillamente, le dábamos vuelta el banco y quedaba con las patas hacia arriba. Por lo general, cuando Memo llegaba, encontraba la escena y nos miraba con cara de “pobres pendejos”. Pero en esa oportunidad, algo ocurrió: nos quiso seguir la corriente y se sentó en medio del banco girado. Tomó dos de las patas y comenzó a jugar a la nave espacial, como el aquel capítulo clásico del Chavo del 8 del switch.
Por supuesto, todos estábamos en el suelo de la risa. Al ver esto –y comprobar que perdía protagonismo en el curso– su inseparable (ene)amigo Hansen se acercó y quién sabe cómo deslizó una manzana –sólo la deslizó, no la arrojó– desde lo alto. El fruto rodó por el pecho de Guillermo y fue a caer justo en sus compañeros. Memo sólo se asustó, pues no hubo dolor, y se reincorporó de inmediato. El caso es que a Hansen el episodio de la manzana le dio el pie para algo mayor: tomó otra vez la fruta y ahora sí, se la arrojó con toda intención hacia “aquella zona”. Memito, en un arranque de ahbilidad, la esquivó y con voz altanera le dijo: “Ah, ¿ves? No tienes tan buena puntería”. Pero no contaba que Mono Seisdedos había presenciado toda la escena. Abriendose paso entre los que contemplabamos el espectáculo, le lanzó con todas sus fuerzas un envase de liquid paper que, cómo no, dio en el blanco.
Mientras se sostenía con ambas manos la parte afectada, las piernas de Guillermo fueron dos pilares quebrándose en un terremoto. Se fue al suelo, estrepitosamente, quedando de rodillas, pero con la cabeza inclinada, de modo tal que toda la chasca se le vino hacia delante. En ese momento, algo sucedió: la sala misteriosamente –no sabemos cómo– quedó en silencio, y fue entonces cuando Guillermo, con una necesidad horrible de expresar su dolor, comenzó a lanzar gritos de Hulk: ¡Aaaaaaaaaaaaaaaghhhhh!... ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaghhhh!

Episodio II: El corrector contraataca

Por supuesto, el episodio le había dado a los hombres del curso una pauta en la que entretenerse: intentar dejar “drilo” a Memito. Esta segunda vez lo más divertido no fueron las circunstancias alrededor, sino la reacción del afectado. Fue Marcello quien, haciendo habilidad de sus estudios de ninja, encontró en un recreo a Guillermo colocadito y ¡zácate!, le encajó otra vez la botellita de corrector en el quetejedi. Memo, esta vez, se cayó de espaldas, sosteniéndose fuertemente desde el pubis hasta el perineo con esas manotas de gorila que tenía. Pudimos, entonces, verle la cara de dolor, los ojos achinados, las mejillas desencajadas y la boca abierta gritando: “Aaaaahhhh, mis weas, mis weaaaaaaaaas… Aaaaaaaaah mis weaaaaaaaaas”.

Episodio III: El regreso del liquid

Por supuesto, esta trilogía debía tener un final apoteósico. Y sucedió un día que Guillermo, por una fractura en una pierna –qué raro, siempre pasaba con yeso– fue al colegio con un buzo azul muy holgado en vez del espantoso pantalón gris con el que nos obligaban a ir. La semana anterior había tenido lugar la Settimana della Scuola, aquella instancia ideal para que entre terceros y cuartos medios se sacaran la madre a gusto y sólo reinara el espíritu de… claro, convivencia. El caso es que Memo, junto con otros compañeros, estaba gritando afuera consignas en contra de los cuartos cuando, de pronto, todos entra en horda, como si fueran una jauría. ¿El motivo? Ellos mismos lo prodigaron: “¡Viene Sartori, viene Sartori!” (el inspector general). Una vez pasado el susto (Sartori apenas se asomó a la puerta para ver qué demonios sucedía), Guillermo deambulaba por una zona espaciada de la sala. Marcello, nuevamente, lo sorprendió con la carabina sin ningún tipo de defensa y kapput: se repitió la secuencia liquid-cocos-al suelo.
Esta vez Guillermo no gritó, no se movió, no reaccionó, no respiraba, no sentía, estaba más allá del bien y del mal. Nos acercamos a verle y estaba tirado en el suelo como dormido, como si le hubieran dado un balazo en la nuca. Después de la carcajada general nos asustamos, pues parecía haberse quedado inconsciente del dolor. Un rato después se reincorporó y tenía los ojos enrojecidos, inyectados en sangre, según se dice, aunque no tomó represalias al respecto y todo volvió a la normalidad.
Así son los amigos. Aunque hubo intenciones de hacer otra trilogía, ya no quisimos seguir alterando el flujo normal de espermatozoides en su cuerpo. De eso se encargó, tiempo después, un tal Giuseppe Ciulla, en los pasillos de los cabros chicos con una senda patadas en la entrepierna y una manopla de acero.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ESTOY LLORANDO!!!!!!!!!!!!!!!!

DE LA RISA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

AAHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!!!!

JAJAJAJAJA, que maestro, que flamantes episodios. Hay que decir que muchas veces tambien Memin se retiraba del aula, hacia los baños, y lo hibmos a ver y estaba en perfectas condiciones, y apenas nos veia comenzaba a quejarse, todo un caso.

Buena Maestro, yo voy a ponerme ya las pilas con la proxima historia, que esti bien, saludos

PipeRB dijo...

Jajajaja... es que lo mejor de todo, lejos, es su hipocrecía: ¿te acuerdas que decíamos que no tenía nada ahí abajo y lo que le salía era la cola de la lombriz solitaria? Te apuesto que ni le dolía y se tiraba al suelo por puro hacernos sentir mal... Ese Memo...
En fin, Máster, a ver si se viene el Power Ranger. Yo me aplicaré ahora con unos microrelatos sobre la relación entre el professoresso Oddone y el Absurdo