viernes, 13 de abril de 2007

ANÉCDOTAS CON LA VIEJA NELLY (I): LA BOLSA DE MEADO






La señora María Nelly es un personaje esencial en esta novela épica que tiene a Guillermo como el protagonista que salva doncellas y endereza entuertos. La señora Nelly (alias, la Vieja Nelly), era la señora del transporte escolar (taxi) en el cual Pipe, Marcello y, por supuesto, Mr. Condoro se iban en su tierna infancia. En verdad, todas las travesuras de Guillermo en el transporte escolar de la “Vieja Nelly” representan un universo paralelo, una dimensión alternativa a lo que aquí se ha contado, e irán parceladas poco a poco en estos apartados. Vamos por el primero. La bolsa de meado.

Una tarde cualquiera, volviendo del colegio a eso de las dos y media de la tarde, todos los niños y niñas que la Señora Nelly llevaba a sus casas jugaban en la parte posterior de su singular transporte escolar. Unos hacían sus deberes, otros pensaban en el fin de semana y Guillermo… pues Guillermo tenía desde hacía una hora unas intensas –¡qué digo intensas, intensísimas!– ganas de orinar. Sucedía que antes de subirse al taxi, al menso se le había olvidado a vaciar la vejiga en el urinario, y mientras transcurrían los minutos todos presenciábamos que su otrora expresión de felicidad y amistosidad iba mutando hacia un desencajamiento de mandíbula y achinamiento de ojos notable. Fue entonces, en medio de una conversación que seguramente versaba sobre pruebas, juegos de Super Nintendo o mujeres, que Guillermo soltó una frase de consternación:
-Estoy que me meo…
Nadie le dio mucha importancia en ese momento, menos la señora Nelly, quien nunca se caracterizó mucho por tener sus cinco sentidos puestos en la parte posterior de su vehículo. Pasados unos minutos, Guillermo se llevó las dos manos a las gónadas:
-Señora Nelly, por favor pare…
-¿Qué pasa? –quiso saber la dependienta del taxi.
-Es que… tengo una emergencia.
El transporte escolar dio la vuelta en Alonso de Córdoba. Allí la señora Nelly iba a dejar a una niñita de unos 10 años a su casa. Memo, entonces, tuvo una idea:
-Oye –le preguntó a la niñita– ¿me prestarías el baño de tu casa?
-No –contestó tajantemente. Memo y los demás se quedaron impresionados con la resolución de la pendex.
-Es que de verdad me estoy haciendo…
-¡No! –repitió. Tomó su mochila y se bajó corriendo hacia su casa. Quién sabe si por orgullo o por una verdadera necesidad de mear, Guillermo se bajó del transporte y la empezó a perseguir:
-¡Préstame el baño! ¡Préstame el baño!
Dentro del transporte las carcajadas eran generales. La pendex logró introducirse en su casa cual cometa y Guillermo, ya a punto de regar la maceta, profesó a plena luz del día y en el barrio alto, un acto anarquista: comenzó a hacer pichí en unas enredaderas de afuera de la casa de la afectada. La señora Nelly, todavía sin entender lo que pasaba, le tocó la bocina para que subiera otra vez y puso en marcha el vehículo. Memo, entonces, corrió hasta el taxi y se subió de un salto. Su amigo Pipe quiso saber lo acontecido:
-¿Y? ¿Evacuaste?
-No pude, huevón. Cuando haces un poquito de pichí y te reprimes, te dan más ganas todavía.
Entre risa y risa supimos que la estaba pasando realmente mal. Le dijimos a la señora Nelly si podía parar y se negó. Le preguntamos, entonces, si dejaba que Guillermo meara por una pequeña abertura que había en la puerta corrediza, pero arguyó un moralismo de buenas costumbres e higiene dignas de una estudiante de nutrición. Así que Rodrigo Araya (hermano del buen Cristián “Canalla” Araya y bautizado por un tic nervioso con el seudónimo jocoso de “Vivos Labios”) le extendió una bolsa de plástico:
-Toma, si quieres mea aquí.
Fue así como nuestro héroe, en mitad del transporte escolar, sacó su herramienta (bueno, su herramientita) y la colocó dentro. Acabó llenándola completa, con tan mala suerte que la bolsa tenía un agujero por donde los orines comenzaron a chorrear. Todos gritaron, desesperados:
-¡Tira esa wea, tira esa wea!
El pichí de Guillermo olía a espárragos y tenía un olor amarillo cafesoso, como si hubiera tenido hepatitis. Al final, terminó arrojando la bolsa por la ventana.
¿Fin?
¡No!
Las risas fueron en aumento por lo que había sucedido, como si se tratara el final de una comedia muy buena. Pero nadie sospechó en ese minuto que esa comedia tendría una coda inmediata. Después de un rato, en el que todos trataban de golpear el vientre de nuestro amigo y de decirle al oído el clásico “pssts”, “psst”, Memo volvió a la carga:
-Todavía tengo ganas.
Fue su amigo Pipe quien acudió al rescate, acordándose de que su mamá siempre le enviaba la merendina en una bolsa Ziploc. En esa bolsa buena, de plástico duro, Memo meó a sus anchas y hasta tuvo tiempo de sellarla.
-Bueno –dijo– ¿qué hago con esto? –preguntó a los presentes. Y uno de los contertulios (da igual quién, cualquiera era bueno dando ideas) le sugirió:
-¿Por qué no se la tirai’ a alguien?
El resto fue esperar el momento indicado y a la persona adecuada. Como víctima fue elegido un tractor con unos obreros alrededor, quienes, en pleno día de sol, recibieron una cálida y memiosa lluvia dorada.

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